La mayoría de los novecientos congresales no viajó, a sabiendas de que no sería escuchada. A las 10.00 de la mañana, hora de inicio, casi no había nadie. Para las 13.00, se retiró buena parte de las sillas, que estaban vacías, y se aseguró que había quórum, aunque nadie se ocupó de corroborar la asistencia.
El congreso duró apenas unos minutos más que la extensa exposición de Máximo Kirchner. La lista de oradores se cerró sin tiempo para inscribirse. Sobre todo cuando el primer orador tomó la palabra para exigir PASO competitivas. Salió entonces un congreso camporista. Sin participación, sin democracia partidaria, sin peronismo.
El único orador fue Máximo, quien adelantó una estrategia de “dedazo”: listas únicas y quioscos asegurados. Bravuconadas, amenazas y descalificaciones. Y las ideas y el debate clausurados. Como siempre que La Cámpora impone su lógica autoritaria y excluyente.
En el aire se respiraba la derrota. Más aun cuando el presidente del partido ocupó buena parte de su tiempo en descalificar a la CGT, a las bases que exigían participación en las PASO, al gobierno nacional, a la Justicia y a todo aquello que no se subordinase a su voluntad. Por si fuera poco, dio a entender que Cristina no sería candidata.