Los habitantes de algunas zonas de Alemania no deberían sorprenderse si oyen golpes sónicos en los próximos días. El Air Defender de la OTAN, una demostración de poderío aéreo multinacional planificada ya en 2018 y coordinada por Alemania, pretende mejorar la defensa conjunta del territorio euroatlántico y servir como medida de disuasión contra posibles agresores como Rusia.
Este juego de guerra, con un uso intensivo de recursos, que reúne una serie de naves caras y sofisticadas, y destinado a llevar a cabo con éxito operaciones aéreas complejas, contrasta fuertemente con la guerra real que se desarrolla a no mucha distancia.
En Ucrania se han equipado drones pequeños y baratos con granadas para lanzarlas sobre las fuerzas enemigas, lo que recuerda los antiguos ataques aéreos, cuando los pilotos de la Primera Guerra Mundial lanzaban explosivos a mano desde sus lentos biplanos.
Otros dronesrealizan misiones suicidas, que pueden ser difíciles de neutralizar tanto desde tierra como desde el aire.
“Esta guerra tiene el aspecto que tiene porque ninguna de las partes logra establecer una superioridad aérea”, declaró a DW Torben Schütz, investigador asociado en seguridad y defensa del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores (DGAP).
Ucrania: estudio de caso y advertencia
Para empezar, la fuerza aérea ucraniana era pequeña y antigua, y la defensa aérea del país depende de las armas que sus socios estén dispuestos a entregar. Las fuerzas aéreas rusas son temibles sobre el papel, pero no han sabido aprovechar al máximo sus ventajas técnicas y numéricas. Rusia todavía puede lanzar misiles de alta velocidad desde lejos, pero ambas partes han recurrido a soluciones estándar que pueden parecer más improvisadas que estratégicas.
La guerra de Ucrania ha hecho que los estrategas occidentales se pregunten hasta qué punto esto refleja el futuro de los conflictos y también cómo evitar un escenario en el que la superioridad en materia de entrenamientos y tecnología quede anulada por enjambres de drones fácilmente disponibles, por no hablar de los ciberataques y las interferencias electrónicas.
Una fuerza hombre-máquina
Alemania se ha mostrado reticente a incorporar drones, especialmente armados, a su ejército. Por otra parte, dispone de una flota de aviones de combate envejecida. De los 100.000 millones de euros (108.000 millones de dólares) de gasto suplementario en defensa, más de 8.000 millones (8.600 millones de dólares) se han reservado para adquirir hasta 35 aviones F-35, el avión caza de fabricación estadounidense capaz de transportar armas nucleares.
Los defensores del poderío aéreo tradicional sostienen que la tecnología de los aviones no tripulados aún no puede superar al vuelo con pilotos humanos. Los aviones son más potentes, lo que les permite transportar cargas más pesadas, y son menos susceptibles de sufrir ciberataques e interferencias electrónicas que podrían derribar un dron.
Las operaciones de combate aéreo de la próxima generación podrían vincular unidades pilotadas y autónomas. El Sistema Aéreo de Combate Futuro, una iniciativa franco-alemana auspiciada por Airbus, un fabricante aeronáutico europeo, pretende hacer exactamente eso.
Dado el ritmo del avance tecnológico, es aconsejable evitar sacar “conclusiones precipitadas para nuestras propias fuerzas (OTAN) de los conflictos pasados y actuales”, como en Ucrania y Siria y entre Armenia y Azerbaiyán, dijo a DW el teniente coronel Torben Arnold.
Para el militar alemán, que es profesor visitante en el Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad, las lecciones aprendidas “no se transfieren de uno en uno”. Considera que incluso con la llegada de la inteligencia artificial, los drones no dejan obsoletos a los aviones de combate. Al menos, “todavía no”.
(gg/ers)
DW