Doce poetas españoles ofrecen sus versos inéditos cargados de futuro

El Cultural

Aunque todos los días son suyos, la poesía se ha adueñado del 21 de marzo para que disfrutemos de esa “amiga de la soledad” que, según Cervantes, “deleita y enseña a cuantos con ella comunican”. Para celebrarla, El Cultural publica un inédito del poeta ucraniano Serhij Zhadán al tiempo que invita a doce excelentes poetas que nos regalen sus versos.

Son Rocío Acebal, Felipe Benítez Reyes, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Vicente Gallego, Antonio Gamoneda, Luis García Montero, María Elena Higueruelo, Karmelo C. Iribarren, Hasier Larretxea, Chantal Maillard y Ana Merino. De esta manera, dedicamos el Día Mundial de la Poesía a los poetas ucranianos de hoy.

[Solo tiene quince años]

Serhij Zhadán

Sólo tiene quince años y vende flores en la estación.
El aire tras las minas se endulza con el sol y las bayas.
Los vagones se congelan un instante luego reanudan la marcha.
Las tropas van a levante, las tropas van a poniente.

Nadie se para en su ciudad.
Nadie quiere llevársela.
Ella piensa, en su hogar por la mañana,
Que su tierra, por lo visto, puede ser deseada y querida.

Resulta que no la quiere abandonar por mucho tiempo,
Resulta que quiere agarrarse a ella con uñas y dientes,
Resulta que para el amor tan solo basta esa vieja estación
y la estampa vacía del verano.

Nadie le explica el motivo.
Nadie lleva flores a la tumba de su hermano mayor.
En el ensueño se puede oír cómo va formándose la patria entre las tinieblas,
como el espinazo de un adolescente en un internado. […]

Conforma su memoria y surge la alegría.
En esta tierra han nacido todos los que ella conoce.
Mientras se adormece recuerda a todos los que se han marchado.
Cuando ya no le queda a quién recordar, cae dormida.

* Este poema inédito en español de Serhij Zhadán, el poeta ucraniano más destacado, pertenece a ‘Tamoliery’ (2016) y ha sido traducido por el poeta y narrador Dimas Prychyslyy.

El miedo hizo de ti un lugar

Hasier Larretxea

Ese jardín de la infancia,
el remedio contra la ortiga,
la pugna por los territorios
delimitados con palos y plásticos
entre bosques
que no supiste atravesar
sin la luz de la luna llena
ni de las velas,
las botas de montaña
que retumbaban a tu paso
y el perfil de los souvenirs
a los que les faltaban
un brazo, una nariz o una pierna.

El rezo,
la rectitud,
la cruz resplandeciente,
el silencio como guía,
la redondez como parachoques,
la castración como condena,
la mirada esquiva,
el sentimiento oculto,
el tacto inexistente,
el cuerpo como una masa,
un deshecho de la vergüenza,
de la desidia y la lujuria.

El habla calmada,
no querer señalar
ni sentenciar,
querer establecer puentes
sin hogueras,
trazos serpenteantes,
la sonrisa como trinchera,
la luz como ofrenda,
el abrazo tendido,
el perdón,
la generosidad
que se nutre de la abundancia.

El miedo te hizo
a semejanza
de la intensidad
de la proyección
que permitiste.

Lectores

Luis García Montero

También es el amor una luz negociada.
Somos barcos nocturnos que fondean
en esta habitación
junto a una cama que parece un puerto.

No me importa que tardes en apagar la luz
si me quedo dormido en tu lectura.
Un faro parpadea muy pegado a tu cuerpo
para que Ulises pueda hacer justicia,
mientras que Fortunata
naufraga por las calles de Madrid
y la esperanza se defiende
con uñas y alegría
en la ciencia ficción de cualquier cuerpo.

Tampoco tú protestas
si yo enciendo la luz antes de hora.
Duermo poco. Digamos que a las 5
mi mesita de noche es una dársena
donde hay carga y descarga de palabras
que pasan a tu sueño.
Por Nueva York camina Baudelaire,
Federico en París,
mientras Machado cruza la frontera
y Cernuda nos habla de Galdós
bajo el cielo de México.

El amor es también una luz negociada.
Me das tus sueños al vivir los míos.
Te doy mis sueños al guardar los tuyos.
Historias que se enlazan como cuerpos.

La arena (Canción de cuna)

Chantal Maillard

Cierra los ojos, madre.
Deja atrás el cansancio.
Que la vida es un sueño
que mal viene y se va.

Áspera es la sed. Agria
la savia
bajo tu piel dormida.

Ya se enfría la arena.

Cierra los ojos, duerme.
Los chacales esperan.
Yo te abriré la senda
del firmamento.

Ángel de Neón

María Elena Higueruelo

En el zaguán de las ideas
te espero a la intemperie
con una vela encendida:
encuéntrame, encuéntrame.
Pasearás conmigo por las tierras,
ángel de neón, y juntos
mediremos el cielo palmo a palmo,
uniendo y separando las yemas
del pulgar y el meñique: ¿cabrá
nuestro mundo en una cartulina?
Inventa para mí territorios fosforitos;
hoy decreto que la devastación sea refulgente:
sueño los olivos fucsia y de purpurina la zarza.
La canción de los aljibes dice
rebautizar la sequía como saturación del paisaje.
Sentada junto a la cancela lloro
con el crujir de las tuberías:
añoro el chillido de tu ala alienígena y sé
el agua incapaz del ascenso.
Advén tú a mí.

Migas para el gorrión

Karmelo C. Iribarren

No parece el gorrión un pájaro
del cielo, no está tocado
por la gracia de la naturaleza
(o no, al menos, a la manera de la golondrina,
o el mirlo, o el jilguero, o tantos otros).
Parece más el gorrión un pájaro de barrio,
de callejuela, de terraza de bar
siempre al borde del traspaso.
Pero eso es lo que nos gusta de él,
su cercanía, ese saber estar entre la gente,
su falta de altivez. A mí me encanta
verlos por ahí, a su aire, en el aire,
con ese aire de pájaros normales
(la chaqueta sin brillo, gastada
por los años). Tengo, ahora mismo,
a un par de ellos aquí abajo,
a mis pies, picoteando e la acera,
agradeciéndome en morse el desayuno.

Lady Krypton

Luis Alberto de Cuenca

Hay algo tan ardiente y tan explícito
en tu mirada que hasta las estrellas
se rinden ante el brillo de tus ojos,
y hasta los propios ángeles rebeldes
se ponen colorados de vergüenza
por ti, que fuiste siempre de su tribu,
aunque no bailes ya su misma danza.
Brillan tanto tus ojos que no hay tiempo
de apagar tanto fuego reunido
ni en un billón de encuentros amorosos.
Cuando miras así, no hay kryptonita
que debilite tu naturaleza
o modere la urgencia del afán
que te atormenta. Si tú vibras, vibra
contigo el universo, el microcosmos
se vuelve macrocosmos y perturba
el orden que gobierna las esferas.

Dame un poco del fuego que te sobra
para encender la noche de mi vida
y aliviar con las llamas de tus ojos
tanto hielo en el alma, tanto frío.

La mampara

Rocío Acebal Doval

En la estación de trenes de mi ciudad
una mampara gris de metro y medio en el andén
separa a los viajeros
de sus acompañantes.

Me gusta imaginar que el encargado
de esta compartimentación
lo hizo con intenciones más humanas
que el control de billetes o el aprovechamiento
máximo de recursos:

aquí las despedidas no pueden susurrarse
con la cara escondida en el abrazo,
la arquitectura obliga
a levantar la voz y la mirada
para decir “te voy a echar de menos”.

Bendito-condenado responsable
de esa mampara gris de metro y medio,
gracias a ti miré a los ojos del amor
una última vez.

Un tomito de Horacio

Antonio Colinas

Pequeño libro de Horacio:
el tiempo feroz ha logrado arrugar
tu pergamino de oro,
pero las letras negras de tu noche blanca
aún están a salvo.
Alguien te imprimió y te cosió con cordel
en la Venecia de 1764,
pero yo te encontré siendo niño
(en la hora de la siesta
cuando todos dormían
y yo velaba)
en el lugar más pobre de la casa,
debajo de la escalera
que conducía al desván,
abandonado no se cuándo,
ni sé por qué o por quién.

Nada sabía yo entonces
de la matemática celeste
de los versos,
ni de que ésta me iba a acompañar
toda mi vida.
Te tenía olvidado,
pequeño libro muerto,
pequeño libro vivo;
pero hoy, en día gris,
te tengo entre estas manos frías
por las que veo avanzar
un paisaje de tierra reseca,
los surcos de la edad.
Yo sé que tu mensaje
ha vencido al tiempo y a las vidas
de los que te acariciaron
con la música de sus ojos.

Gracias, humilde don
tarde hallado, por permitirme
leerte todavía.
Pequeño tesoro,
negrura de la tinta
sembrando en ti la infinitud,
Oro aquilatado del mensaje
que das luz con tu luz
a esa llama futura
que jamás se habrá de apagar.

Aguamanil (A Vicente, mi padre)

Vicente Gallego

¿Qué tiene una canción,
qué tiene ella que ver
con el alba y el agua?

Con el alba y el agua,
al lavarse las manos,
canta el madrugador.

Canta el madrugador
porque ve que al correr
lava el agua sus palmas.

Qué limpias las llevaba
de niño, que mi padre
cantaba una canción.

Cantaba una canción,
se quitaba el anillo,
y lavaba mis palmas.

Con agua, de mañana,
me lavaba mi padre,
cantaba una canción.

¿Qué tiene el corazón
que ver con lo cantado,
con el alba y el agua?

El tránsito

Felipe Benítez Reyes

Una paloma ha elegido mi terraza para su agonía.
El encuentro inesperado nos sobresalta a ambos,
pero ella al instante parece comprender:
yo no soy el heraldo de su muerte,
y sigue, indiferente, en un rincón,
con el plumaje hinchado.

Diré lo previsible: en sus ojos creo leer
una súplica, un desvalimiento
ante lo para ella incomprensible:
¿qué es la muerte,
la enemiga de su vuelo,
esa cosa invisible que la postra
en territorio extraño?

Hace un momento se ha mudado a una zona de sol,
buscando alivio al frío que sin duda le invade,
el bálsamo de luz que ahuyente el mal.

Sé que dentro de unas horas
tendré que recoger su cadáver
y escribo esto por no poder decirle:
“Tranquila, pasará pronto.
Lo peor de la muerte es conocerla
desde mucho tiempo antes de morir.
Tú pudiste volar y fuiste eterna”.

Mensaje huérfano

Ana Merino

Me senté a esperar respuestas
como si mi corazón hubiera formulado
una inmensa pregunta.

No quería un solo camino,
los buscaba todos,
estar en los lugares
de la sabiduría disfrazada de amor,
en el latido ajeno
de aquellos pensamientos
que nunca imaginaron
que era yo la que los observaba,
agazapada en su penumbra
de espejismos llenos de tristeza,
escuchando el sonido
de una respiración
que me atraía y me aterraba
a partes iguales.

Sobre la generación del cornezuelo

Antonio Gamoneda

Arranqué líquenes, cavé la tierra que creía amar y la tierra
no me reconoció.

Sólo hallé frutos negros, yerbas incomprensibles.

Al día siguiente,

quise ver a los vencejos amándose en el aire y los pájaros
no existían.
Bajé a las sernas,

busqué a los hombres que silban y afilan el dalle pero en el
centeno sólo había luz, únicamente
el cornezuelo crujía.

Esperé el temblor de los álamos pero me extravié
cortando estambres, escuchando sollozos. Pude ver

que los páramos se agotaban en carrizos y sombras. Más
tarde,

las alondras aullaron en los campanarios y las yeguas volvían. Sus uñas levantaban pequeños relámpagos de las
sendas trazadas entre amapolas.

Nadie detenía a las yeguas ni escuchaba a las alondras.

Finalmente,

advertí que los robles apenas retenían rocío para las víboras y que las moras se desprendían de las zarzas.
Nadie preguntaba por sí mismo. La costumbre

era el mundo vacío.

Pensé la muerte.

No, no fue así exactamente. Pensé en el hígado de los ancianos mirando cómo se acerca la muerte, sólo la
muerte, sobre el campo amarillo.
No pensé nada más.

Esta es parte de mi historia, lo demás no ha sucedido.

Fuente; La Cultura, España

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