Del mito al relato: el origen de la ficción como expresión del pensamiento humano

Introducción

¿Cuándo comenzó el ser humano a escribir ficción? La pregunta, aunque aparentemente simple, abre la puerta a un recorrido profundo por los orígenes de la conciencia simbólica, el lenguaje y la necesidad de narrar. La ficción no nació con la escritura, pero fue con la aparición de esta tecnología del pensamiento —como la definió el historiador Jack Goody— cuando las invenciones del alma humana se convirtieron en monumentos permanentes. Desde los primeros mitos grabados en tablillas de arcilla hasta las primeras epopeyas redactadas en verso, la ficción escrita ha sido mucho más que entretenimiento: ha sido el modo que el hombre eligió para comprender su mundo, sus dioses, sus pasiones y sus límites.


La ficción antes de la escritura

Antes de que el ser humano plasmara sus relatos en un soporte físico, la ficción ya habitaba en la palabra oral. Las sociedades orales —anteriores a la escritura sistemática— transmitían saberes, creencias y estructuras sociales a través de mitos, leyendas y epopeyas. Estas formas narrativas no solo explicaban el origen del mundo y los fenómenos naturales, sino que también establecían normas éticas, consolidaban la identidad colectiva y ejercían funciones rituales.

La ficción, en este contexto, no era «mentira», sino un lenguaje para decir lo indecible. Lo mítico y lo real se entrelazaban sin distinción moderna. El relato era verdad cultural, performativa, trascendente.


La invención de la escritura y la transición

La escritura surge alrededor del 3300 a.C. en Mesopotamia, primero como un sistema de contabilidad y registro administrativo. Pero pronto, los símbolos que registraban bienes comenzaron a registrar palabras, nombres, acontecimientos y, finalmente, narraciones. Las primeras expresiones de ficción que conocemos por escrito provienen de esta región: los mitos sumerios y acadios, entre ellos el poema épico de Gilgamesh, considerado por muchos el primer relato ficticio redactado de la historia.

Compuesto alrededor del 2100 a.C., La epopeya de Gilgamesh relata las hazañas de un rey semidivino, sus viajes, luchas, pérdidas y preguntas existenciales. En sus versos encontramos ya todos los elementos de la ficción literaria: héroes, conflictos, diálogos, metáforas, arquetipos, estructura narrativa. Lo notable no es sólo su existencia, sino su madurez estética. El hombre no comenzó escribiendo ficciones rudimentarias, sino complejas.


Ficción, religión y poder

Durante siglos, la ficción escrita estuvo ligada a lo sagrado. Las narraciones eran formas de conservar el saber religioso y mítico: los Vedas en la India (1500 a.C.), los textos del Antiguo Egipto, el Antiguo Testamento hebreo, el Avesta persa, el Popol Vuh maya. Estos textos fundacionales, aunque considerados sagrados por sus respectivas culturas, están compuestos por relatos simbólicos, parábolas, epopeyas e imágenes poéticas.

La ficción fue así una herramienta de organización cultural. En los palacios y templos, los escribas registraban no sólo leyes o genealogías, sino también mitos cosmogónicos, cantos y tragedias. Escribir ficción era también una forma de gobernar el tiempo, de fijar el relato de lo que debía ser recordado.


La literatura como arte y la autonomía de la ficción

Con el tiempo, la ficción comenzó a emanciparse de su función religiosa y ritual. En Grecia, a partir del siglo VIII a.C., Homero escribió (o dictó, o fue compilado) La Ilíada y La Odisea, obras que si bien están cargadas de mitología, ya presentan una conciencia narrativa autónoma: la ficción como arte, como invención del mundo, como forma estética del pensamiento.

Los trágicos griegos —Esquilo, Sófocles, Eurípides— y los comediógrafos como Aristófanes dieron a la ficción escrita un nuevo horizonte: el drama como espacio de exploración ética, política y emocional. Luego, en Roma, autores como Virgilio, Ovidio y Apuleyo continuarían esa tradición.

La ficción dejaba de ser solo un instrumento religioso o un recurso pedagógico: se convertía en una forma libre de reflexión humana. La literatura nacía.


La invención del autor

Con el paso de los siglos, especialmente a partir de la Edad Media y luego en el Renacimiento, la figura del autor fue cobrando peso. Ya no se trataba únicamente de conservar una tradición o de exponer verdades simbólicas, sino de crear mundos posibles. La ficción adquiría su propio estatuto de verosimilitud. Dante, Boccaccio, Cervantes —con su Don Quijote, verdadero manifiesto sobre el poder y los límites de la ficción— marcaron el inicio de una nueva era: la novela moderna, el relato que ya no busca enseñar dogmas, sino explorar la experiencia individual, la subjetividad, el absurdo o la esperanza.


Conclusión: escribir ficción es pensar el mundo

Desde que el hombre comenzó a escribir, la ficción ha sido una forma de pensamiento. Pensamiento simbólico, ético, existencial. A través del relato inventado, los humanos imaginaron dioses y monstruos, fundaron ciudades y civilizaciones, pensaron el amor, la muerte, la justicia, la guerra y el alma. La ficción escrita no es un mero entretenimiento: es una forma de inscribir el pensamiento en el tiempo, de perpetuar una pregunta, de desafiar lo real.

Hoy, en tiempos de hiperrealismo, algoritmos y simulacros, escribir ficción sigue siendo un acto profundamente humano: el de crear sentido allí donde la realidad calla. Volver a los orígenes de esa práctica es recordar que la imaginación no es un escape, sino una forma de conocimiento.

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