La posibilidad de un ataque israelí contra instalaciones nucleares iraníes ha aumentado significativamente en las últimas semanas, según informó la cadena CNN, citando a fuentes de inteligencia estadounidense. Esta escalada se da en medio de un intento de la administración de Donald Trump por alcanzar un acuerdo diplomático con Teherán, una negociación frágil que podría verse completamente desbaratada si Israel decide actuar por su cuenta.
Aunque aún no hay una decisión final confirmada por parte del gobierno de Benjamin Netanyahu, Washington detecta señales preocupantes. Fuentes cercanas al Pentágono revelaron que hay un intenso debate dentro del gobierno estadounidense sobre la probabilidad real de que Israel lleve a cabo un ataque, y qué consecuencias tendría para la estabilidad de la región.
Entre los indicios que apuntan a una posible ofensiva, se mencionan comunicaciones interceptadas, movimientos logísticos y ejercicios militares que Estados Unidos ha venido monitoreando. En particular, se registraron desplazamientos de municiones aéreas y la finalización de maniobras que podrían formar parte de una operación preventiva.
Según CNN, parte del análisis dentro del Departamento de Defensa es que estas maniobras también podrían estar orientadas a presionar diplomáticamente a Irán, mostrando las consecuencias que podría acarrear la continuación de su programa nuclear sin concesiones. Pero el margen de ambigüedad es escaso, y el riesgo de una acción militar unilateral por parte de Israel crece cada día.
La decisión israelí estará influida por el rumbo que tomen las negociaciones entre Washington y Teherán. Una fuente familiarizada con la inteligencia estadounidense señaló que la probabilidad de un ataque aumentará si el acuerdo propuesto por Trump no contempla la eliminación completa del uranio enriquecido iraní. Actualmente, las conversaciones están estancadas en torno a ese punto: Estados Unidos exige un compromiso total para detener el enriquecimiento, mientras que Irán defiende su derecho al desarrollo nuclear con fines civiles.
En ese contexto, el presidente Trump ha endurecido su retórica. A mediados de marzo envió una carta al líder supremo iraní, el ayatollah Ali Khamenei, dándole un plazo de 60 días para alcanzar un acuerdo. Ese plazo ya expiró, y según un diplomático occidental que se reunió con el mandatario, Trump estaría dispuesto a esperar solo unas semanas más antes de considerar un enfoque militar.
No obstante, desde la Casa Blanca insisten en que la política oficial sigue siendo la diplomacia. El enviado especial de EE.UU. para las conversaciones nucleares, Steve Witkoff, confirmó que habrá una nueva ronda de negociaciones en Europa esta semana. Pero advirtió que Washington no aceptará “ni siquiera un 1% de capacidad de enriquecimiento de uranio” bajo ningún acuerdo. Para Khamenei, esta exigencia es “un gran error” y un obstáculo insalvable.
La presión también recae sobre Netanyahu. El primer ministro israelí debe balancear la necesidad de evitar un acuerdo que considere débil con Irán sin romper su alianza estratégica con Trump. Jonathan Panikoff, exfuncionario de Inteligencia especializado en Medio Oriente, advierte que Israel difícilmente actuaría sin, al menos, una aprobación tácita de Washington: “Netanyahu sabe que romper unilateralmente la relación con Estados Unidos sería un riesgo enorme”.
Para Israel, sin embargo, el momento parece oportuno. Irán se encuentra en su punto de mayor debilidad militar en décadas, tras los bombardeos israelíes de octubre que afectaron su infraestructura misilística y defensiva, sumado al desgaste económico por las sanciones y la pérdida de influencia de sus aliados regionales.
Mientras tanto, Estados Unidos ha intensificado sus labores de inteligencia y vigilancia en previsión de un posible ataque. Sin embargo, fuentes cercanas a la administración Trump aseguraron que es poco probable que Washington respalde una ofensiva israelí en este momento, a menos que se produzca una provocación directa por parte de Teherán.
La tensión, alimentada por maniobras militares, negociaciones estancadas y amenazas cruzadas, sitúa al Medio Oriente en una cornisa peligrosa. El margen de maniobra diplomático se achica, mientras la amenaza de una guerra regional vuelve a ser una posibilidad concreta.