Debate y Convergencia

Conflicto palestino-israelí: de Sheikh Jarráh a una nueva escalada de agresiones

Es difícil prever una solución rápida a esta nueva irrupción de la violencia. Porque las seis familias a punto de ser desahuciadas en Sheikh Jarráh o la represión al interior de Al-Aqsa, qué duda cabe, han sido los catalizadores de un estallido social. Sin embargo, la escalada de ataques actual responde a una serie de agresiones previas que se prolongan por décadas.

Introducción

Una vez más, como ha sido la tónica desde que Israel se conforma como Estado sobre territorios de población mayoritariamente árabe en 1948, las permanentes tensiones entre los palestinos e israelíes han estallado en un conflicto abierto que, al momento de redactar este artículo, deja como saldo más de 103 muertos y 580 heridos en la Franja de Gaza. Casi la totalidad de las víctimas son palestinos. Y de las víctimas mortales, 27 son niños.

Esta semana, las imágenes de los cohetes de la milicia yihadista palestina Hamás (Movimiento de Resistencia Islámica) surcando los cielos en dirección a objetivos en Israel o la destrucción de edificios completos en Gaza causados por los bombardeos de la fuerza aérea israelí, son ampliamente difundidas por los medios masivos que de paso prevén, de forma algo catastrófica, una cuarta guerra mundial. Sin embargo, esta escalada de agresiones que responde a motivos históricos, religiosos y políticos que examinaremos a continuación, no es algo nuevo en la región. Por el contrario, parece ser un nuevo episodio de un nudo crítico de la política internacional en Oriente Medio.

Origen de la actual escalada de violencia

Todo comenzó por una disputa judicial en el barrio palestino de Sheikh Jarráh. Emplazado fuera de los muros de la Ciudad Vieja, en el sector existen propiedades que colonos israelíes reclaman como propias en tribunales del mismo Estado de Israel. Este, en su legislación, cuenta con normativas que permiten las ocupaciones territoriales en Palestina. El derecho internacional, en tanto, las considera ilegales y la Naciones Unidas las considera un peligro para la convivencia entre palestinos e israelíes.

Y, en efecto, en este caso en particular, la convivencia se vio deteriorada no solo porque la demanda de los colonos se enmarca en una conocida estrategia de asentamiento progresivo de israelíes sobre territorios palestinos, sino porque además se desarrolla en un barrio emblemático para el pueblo árabe palestino, implicando el posible desahucio de seis familias de dicha nacionalidad.

La amenaza de desalojo sobre estas familias fue la gota que rebalsó el vaso para la población palestina. Así estallaron los disturbios callejeros que tuvieron como efecto inmediato la suspensión de la sentencia del Tribunal Supremo de Israel acerca de este caso específico, pero también, como era de esperar, trajeron consigo una dura represión policial de parte del Estado de Israel.

El uso de gas pimienta y granadas aturdidoras por parte de las fuerzas de seguridad israelíes se extendió incluso hasta el interior de la mezquita de Al-Aqsa, tercer lugar más sagrado para el mundo musulmán después de La Meca y Medina. Todo esto, en medio del Ramadán, el mes más importante en el calendario del islam.

Luego de estos acontecimientos de suma gravedad para el pueblo palestino, la milicia de Hamás, que controla parte importante de la Franja de Gaza, exigió el retiro inmediato de las fuerzas de seguridad israelíes del barrio de Sheikh Jarráh y de la mezquita de Al-Aqsa. Ante la negativa del Estado de Israel, Hamás, con un despliegue más efectista que eficaz, lanzó cientos de cohetes contra el territorio de Israel el pasado lunes. Algunos de estos llegaron a alcanzar zonas de Tel Aviv y otras localidades importantes. Pero la mayoría de los proyectiles fueron detenidos antes de llegar a sus objetivos gracias al certero sistema de intercepción de cohetes “Cúpula de Hierro” con el que cuenta Israel, lo que disminuyó en gran medida la letalidad de los ataques de Hamás.

Ante estas acciones -temerarias por parte de Hamás si consideramos el poderío militar de sus vecinos, el primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu, amenazó en su cuenta de Twitter: “Las organizaciones terroristas en Gaza cruzaron una línea roja… Israel responderá con gran fuerza”. Y las amenazas se hicieron realidad con bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza que han destruido infraestructura y cobrado un significativo número de vidas humanas.

Historia del conflicto

Ubicada en Oriente Medio, entre el mar Mediterráneo y el Río Jordán, Palestina es un conjunto de territorios ubicados entre la franja de Gaza y Cisjordania. Hasta la Primera Guerra Mundial, esta zona geográfica se encontraba anexada al Imperio Otomano. Durante la Guerra, en 1917, el gobierno británico había emitido la “Declaración de Balfour”, documento en el que expresaban su adhesión a la idea de que Palestina se convirtiera en el “hogar nacional para el pueblo judío”.

Terminado el conflicto, este territorio quedó, por orden de la Sociedad de las Naciones -precedente de las actuales Naciones Unidas– bajo control británico desde 1922 a 1947. En paralelo, la mayoría de los pueblos y naciones que antaño estaban bajo dominio otomano, lograron su independencia en ese periodo. No fue el caso de Palestina.

Durante la administración británica del territorio palestino, los europeos, en coherencia con su propuesta de dar un hogar al pueblo judío, facilitaron la inmigración a gran escala de judíos provenientes de Europa Oriental. Este proceso de inmigración se vería intensificado en los años venideros como consecuencia de la persecución de los nazis al pueblo judío. La situación incomodó de sobremanera a la población árabe que aspiraba a la constitución de un Estado palestino independiente, al punto que en 1937 estalló la primera gran revuelta palestina que, tal como en esta ocasión, derivó en una escalada de violencia.

En 1947, los británicos abandonan el territorio palestino y entregan a las recientemente creadas Naciones Unidas la responsabilidad de solucionar el conflicto. La primera propuesta de esta organización fue la de crear dos estados independientes: uno árabe palestino y otro judío. Jerusalén, por lo pronto, quedaría bajo administración internacional. Sin embargo, los judíos toman ventaja y, en 1948, proclaman unilateralmente el Estado de Israel.

Por la apresurada proclamación de independencia de Israel, se desata la guerra en Palestina. El nuevo Estado de Israel arremete ocupando el 77% del territorio que se consideraba parte de Palestina durante la administración británica. Como consecuencia, la mitad de la población árabe palestina fue desplazada. Mientras tanto, en virtud de la resolución 181 de las Naciones Unidas, el territorio asignado al Estado árabe quedó bajo el control de Egipto y Jordania.

En 1967, no obstante, Israel comienza un nuevo proceso de ocupación, esta vez con el objetivo de colonizar precisamente los territorios que estaban pendientes para su proceso de anexión: la Franja de Gaza y la Ribera Occidental -que contempla Jerusalén Oriental. Este nuevo ciclo de hostilidades, denominado la “Guerra de los Seis Días”, se salda con miles de víctimas y medio millón de árabes partiendo a la diáspora. Para Israel, esta guerra marca el hito de la consolidación de su ocupación.

Desde ese entonces, pese a los múltiples esfuerzos y negociaciones de Naciones Unidas junto a otros organismos internacionales por alcanzar acuerdos y resoluciones que propicien la libre determinación del pueblo palestino, nunca han cesado completamente las hostilidades en el territorio.

Israel, por su parte, no detiene su avance colonizador sobre territorios reclamados por los árabes palestinos. Estos, esporádicamente se levantan en resistencia. Es el caso del primer alzamiento masivo o “primera intifada” de los palestinos contra Israel en 1987. O la segunda, que estalla el año 2000 a propósito de la construcción por parte de Israel de un muro de separación entre poblaciones dentro del territorio palestino ocupado, hecho que, con razón, fue entendido no solo como una provocación, sino que como la imposición y materialización de un verdadero apartheid entre israelíes y árabes.

Con todo, los conflictos suelen tomar la forma de escaladas de violencia cruzada que, por la absoluta asimetría en las fuerzas militares de ambos países, los desenlaces de estos estallidos suelen dejar como mayores damnificados a los árabes palestinos.

Actualidad y alcances del conflicto

Actualmente Palestina posee un gobierno ampliamente reconocido por la comunidad internacional denominado Autoridad Nacional Palestina. Este es liderado por Mahmoud Abbas, que también es el presidente del partido político Fatah y de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Aunque el país árabe no goza del estatuto de Estado pleno de derecho, como fruto de las intensas y prolongadas negociaciones diplomáticas por parte del gobierno palestino con Naciones Unidas, el país árabe ha alcanzado desde el año 2012 el reconocimiento como “Estado no miembro observador” por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Cabe señalar que la resolución se aprobó con 138 votos a favor, 41 abstenciones y 9 votos en contra y que, entre estos últimos, se encontraban los votos de Israel, Estados Unidos y Canadá.

La negativa de Israel y sus aliados a reconocer a Palestina como Estado soberano e independiente es la justificación para continuar con un proceso de colonización que, con sus asentamientos ilegales, no solo despoja de sus territorios históricos a los palestinos, sino que además vulnera cotidianamente los derechos fundamentales de la población, que sufre la ocupación bajo la forma de un Estado policial que los discrimina y hostiga permanentemente.

Dicho lo anterior, es difícil prever una solución rápida a esta nueva irrupción de la violencia. Porque las seis familias a punto de ser desahuciadas en Sheikh Jarráh o la represión al interior de Al-Aqsa, qué duda cabe, han sido los catalizadores de un estallido social. Sin embargo, la escalada de ataques actual responde a una serie de agresiones previas que se prolongan por décadas.

Mientras tanto, nuevos cohetes se disparan en dirección a Israel, pero esta vez desde el Líbano, ampliando así las fronteras del conflicto.

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