El reciente ataque perpetrado por el grupo terrorista Estado Islámico (EI) en la ciudad de Moscú ha sembrado el caos y la tragedia, dejando tras de sí un número significativo de víctimas mortales. Este violento acto se erige como una cruel represalia por la participación de Rusia en los conflictos en Siria y el Sahel africano.
El viernes pasado, el grupo extremista llevó a cabo un devastador atentado en las afueras de la capital rusa, específicamente en la ciudad de Krasnogorsk, donde se congregaba una gran cantidad de personas de la comunidad cristiana. A través de su canal de Telegram, el EI informó sobre el ataque, describiendo cómo perpetraron un violento acto que provocó la muerte y la lesión de cientos de personas, así como una considerable destrucción antes de retirarse a sus bases de manera segura.
Este lamentable suceso marca el primer atentado terrorista de gran magnitud en Rusia desde el inicio de la guerra en Ucrania hace más de dos años, y constituye el mayor perpetrado en la capital rusa en más de una década. Previamente, diversas embajadas occidentales, incluida la de Estados Unidos, habían emitido advertencias sobre la posibilidad de ataques inminentes en el país, especialmente durante grandes eventos en Moscú.
El EI había mostrado su determinación de atacar en suelo ruso, como lo evidencian los recientes enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad rusas y células yihadistas. El Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB) anunció la neutralización de una célula del EI en la provincia de Kaluga, la cual planeaba atentar contra una sinagoga en Moscú. Este incidente se sumó a la operación llevada a cabo en Ingushetia, donde seis presuntos yihadistas fueron eliminados por las fuerzas de seguridad rusas.
La filial del EI en Rusia, conocida como ‘Wilayat al Quqaz’ (Provincia del Cáucaso), aunque había cesado aparentemente sus actividades tras la muerte de su líder Rustam Asildarov en 2016, ha vuelto a manifestar su capacidad de perpetrar ataques en territorio ruso.
Es importante contextualizar este atentado en el marco de la participación de Rusia en conflictos internacionales, especialmente en Siria y el Sahel africano. En Siria, la intervención rusa fue crucial para apoyar al gobierno de Bashar al Asad contra los grupos rebeldes yihadistas, incluido el EI. Sin embargo, esta implicación también ha llevado a enfrentamientos con grupos radicales que ahora representan una amenaza en suelo ruso.
En el Sahel, la inestabilidad ha generado la participación de Rusia y sus mercenarios en la lucha contra el terrorismo, lo que ha desatado tensiones en la región. Los golpes de estado prorrusos en países como Níger, Mali y Burkina Faso, junto con la presencia del EI y Al Qaeda, han contribuido a un clima de violencia y confrontación que ha alcanzado a Rusia en forma de represalias terroristas.
En resumen, el ataque en Moscú representa una escalada en la violencia terrorista y pone de manifiesto los desafíos que enfrenta Rusia en su lucha contra el extremismo violento, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. La tragedia en Krasnogorsk es un recordatorio sombrío de la necesidad de una cooperación global y un enfoque integral para hacer frente a esta grave amenaza.