Argentina es un país que ha transitado décadas de convulsiones, marcadas por altibajos constantes que han dejado una profunda huella en el tejido social. Esta falta de estabilidad afecta directamente a los ciudadanos, generando en muchos casos trastornos emocionales y, en otros, enfermedades psicológicas de diversa índole.
Neurosis, ansiedad, inestabilidad emocional y adicciones son algunas de las manifestaciones más frecuentes de esta crisis, las cuales, lejos de ofrecer alivio, terminan deteriorando el potencial creativo y social de los individuos. Esto conduce, en muchos casos, al aislamiento y a estados depresivos difíciles de superar.
Factores que intensifican la crisis emocional
La falta de previsibilidad económica es uno de los principales detonantes del malestar emocional. El temor a no poder cubrir las deudas, mantener un nivel de vida digno o garantizar el bienestar familiar genera una constante sensación de desesperanza.
A esto se suma el impacto de la corrupción y la impunidad política, fenómenos que se manifiestan en la arrogancia de líderes que, desde posiciones inmorales, pretenden dictar qué hacer, qué pensar y cómo comportarse. Este autoritarismo, combinado con un sistema de justicia que a menudo no actúa con firmeza, erosiona la confianza en las instituciones y agrava la sensación de vulnerabilidad.
Además, los medios de comunicación, enfrentados a la competencia de las redes sociales, han adoptado un discurso sensacionalista y agresivo, muchas veces carente de sustancia y verificabilidad. Esta tendencia ha fragmentado la información, convirtiéndola en superficial y confusa, lo que contribuye a la desinformación generalizada y al aumento de la incertidumbre.
El impacto de la desinformación en la sociedad
En este panorama, las personas quedan atrapadas en un laberinto de discursos vacíos que carecen de lógica y sentido. Esto facilita la aceptación de argumentos falsos y tendenciosos diseñados para manipular a la opinión pública hacia pensamientos hegemónicos.
La política, con su carencia de fundamentos sólidos y su obsesión por perpetuarse en el poder, juega un papel central en este fenómeno. Los líderes buscan mantener privilegios, garantizar su impunidad y utilizar el sistema como un medio para enriquecerse, dejando al ciudadano común sumido en la incertidumbre. Este modelo no solo perpetúa el deterioro institucional, sino que también fomenta una admiración acrítica hacia quienes detentan el poder.
Un país necesitado de previsibilidad y liderazgo honesto
La inestabilidad emocional que predomina en los argentinos tiene raíces profundas. Desde los traumas de una economía inestable hasta las secuelas del encierro durante la pandemia, el impacto ha sido severo. La falta de seguridad, tanto en términos económicos como sociales, lleva a muchos a recurrir a adicciones y comportamientos autodestructivos.
Sin embargo, existe una necesidad urgente de cambio. Argentina requiere un liderazgo político que sea serio, capaz, honesto y comprometido con el bien común. Es fundamental construir un país predecible, donde las instituciones funcionen con transparencia y los ciudadanos puedan recuperar su confianza en el futuro.
Solo entonces será posible revertir los efectos emocionales de décadas de crisis y fomentar una sociedad creativa, estudiosa y transformadora, capaz de superar los engaños del pasado y construir un destino más prometedor.
Esta reflexión no solo apunta a los desafíos que enfrenta Argentina, sino también a la oportunidad de replantear su rumbo y sanar las heridas emocionales que la han marcado como sociedad.
Osvaldo González Iglesias – Editor – Escritor