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«No voy a ser candidata a nada, mi nombre no va a estar en ninguna boleta», anunció la ex-presidenta y actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner el 6 de diciembre de 2022, tras ser condenada por la justicia en primera instancia; por una «mafia judicial», según sus términos.
«Quiero ratificar la decisión de que no seré candidato en la próxima elección. Hay una gran cantidad de dirigentes nuevos. Confío en que no nos van a dejar pisotear por el populismo», anunció el ex-presidente Mauricio Macri el 26 de marzo pasado.
De esta forma, Argentina entró en la cuenta regresiva para las elecciones presidenciales y legislativas del 22 de octubre próximo sin los dos principales líderes de la última década en las papeletas electorales. Antes de esa fecha, el 13 de agosto, se realizarán las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (paso), y en diversas fechas varias provincias eligieron y elegirán a sus gobernadores en comicios desdoblados de los nacionales (según la conveniencia de los jefes provinciales).
Pero hay un dato más: el propio presidente, Alberto Fernández, anunció también, presionado por su baja popularidad –y por el kirchnerismo–, que no competirá por la reelección, y convocó a que la candidatura peronista se elija de manera competitiva, en las primarias, en un mensaje implícito a la vicepresidenta.
Mientras la oposición de centroderecha agrupada en la alianza Juntos por el Cambio (JxC) avanza hacia las primarias con las encuestas a su favor y no pocas tensiones internas, el peronismo se encuentra desconcertado, con un gobierno carcomido por los desencuentros entre el presidente Fernández y la vicepresidenta Fernández de Kirchner.
Y en un contexto económico y social crítico, la pregunta que hoy buscan responder encuestadores, políticos y periodistas es cuál es el techo electoral del libertario de extrema derecha Javier Milei, cuyo eje de campaña es el rechazo a la «casta política».
Los comicios parecen expresar el fin del ciclo que comenzó en 2003 con el triunfo de Néstor Kirchner y que nadie sabe cómo terminará. En caso de victoria opositora, ¿serán los «halcones» (Patricia Bullrich) o las «palomas» (Horacio Rodríguez Larreta) quienes gobiernen? ¿El peronismo se encamina a una derrota histórica o logrará revertir los pronósticos más pesimistas de aquí hasta octubre? ¿Cuántos argentinos están dispuestos a lanzarse al vacío de la mano de un candidato «anarcocapitalista» como Javier Milei para protestar contra los políticos?
Peronismo sin brújula
Cristina Fernández de Kirchner pronunció, con la habilidad discursiva que la caracteriza, su «renunciamiento» tras ser condenada en primera instancia por «administración fraudulenta en perjuicio de la administración pública». Dijo que prefiere ir a la cárcel (lo que no ocurrirá al menos en estos próximos años) antes que ser «mascota del poder», de gente como los CEO del grupo mediático Clarín, su enemigo número uno. Consideró que su condena es parte del lawfare y que se trata incluso de un «fusilamiento judicial» destinado a proscribirla.
En palabras y gestos remitió así al peronismo histórico: al renunciamiento de Eva Perón en 1951, ya enferma, a ser candidata a vicepresidenta; a los fusilamientos tras el golpe de Estado de 1955; a la proscripción de Perón y los suyos entre 1955 y 1973. Con ello, buscó encolumnar al peronismo detrás de su defensa político-judicial. La condena refiere a un juicio por la asignación de la obra pública en la provincia patagónica de Santa Cruz, en la que se habría beneficiado al empresario Lázaro Báez, muy cercano al matrimonio Kirchner, y para algunos directamente su testaferro.
Pero en la visión de la vicepresidenta, los jueces buscan sacar del juego a políticos populares, como ocurriera con Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil. El kirchnerismo traza incluso un hilo rojo entre los mediatizados alegatos del fiscal del caso y la condena a seis años de prisión, y el atentado contra Cristina Fernández del 1o de septiembre de 2022, cometido por un grupo de jóvenes vendedores de algodones de azúcar radicalizados contra el gobierno
Con un horizonte sombrío en el plano nacional, el movimiento fundado por Juan D. Perón en la década de 1940 se atrinchera en la estratégica provincia de Buenos Aires, gobernada por Axel Kicillof.
Tras el anuncio de que no se postulará «a nada», la vicepresidenta dejó correr, no obstante, un «operativo clamor» (otra expresión muy peronista) de los dirigentes intermedios para que revea su decisión. Sin embargo, siguió enviando mensajes que enfrían o simplemente descalifican esa posibilidad.
Pero esta vez Cristina Fernández no solo no se presentaría «a nada», sino que tampoco, a diferencia de 2019, estaría en condiciones de elegir al candidato. En aquel momento, había publicado un video en redes sociales en el que anunciaba que «le había pedido» a Alberto Fernández que fuera su candidato a presidente, y ella se había reservado el lugar de vice. Hoy está lejos de poder resolver las cosas de este modo, y el peronismo se encuentra en un escenario de desconcierto.
Con un horizonte sombrío en el plano nacional, el movimiento fundado por Juan D. Perón en la década de 1940 se atrinchera en la estratégica provincia de Buenos Aires, gobernada por Axel Kicillof, para tratar de no perder esa jurisdicción como en 2015, cuando el macrismo se la arrebató de la mano de María Eugenia Vidal. En un hecho inédito, el peronismo no tiene un candidato competitivo a pocas semanas de la inscripción de las candidaturas.
Lo «normal» sería que el actual mandatario, Alberto Fernández, se postulara para otros cuatro años. Pero Fernández no es un presidente «normal»: fue elegido por su vicepresidenta y la relación con ella, a poco de asumir, entró en una pendiente descendente que terminó en la ruptura del diálogo durante largos periodos. El presidente nunca se decidió entre someterse o distanciarse de la vicepresidenta y navegó un camino sinuoso en el que fueron devaluándose su figura y su palabra, sin que lograra trazar un rumbo. Las tensiones quedaron en evidencia en varias oportunidades, la más importante de ellas, en relación con el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para renegociar la megadeuda tomada por Mauricio Macri, que el kirchnerismo rechazó por considerar que el país volvía a perder su soberanía frente al organismo.
Cristina le envió duras cartas públicas a Alberto, se refirió a «funcionarios que no funcionan», le pidió que «usara la lapicera» contra los poderosos y hasta dejó de atenderle el teléfono. Incluso en una oportunidad le hizo llegar un presente «envenenado» para su cumpleaños: tras la firma del acuerdo con el FMI le regaló el libro Diario de una temporada en el quinto piso, en el que el académico Juan Carlos Torre cuenta cómo el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), del que entonces era funcionario, voló por los aires tras firmar un acuerdo con el Fondo. Y por si no quedaba claro el mensaje, Cristina dijo que el libro tenía «mucha actualidad».
En las filas albertistas, creen que el fracaso del gobierno se debió en gran medida al permanente desgaste al que lo sometieron la vicepresidenta y el kirchnerismo en general. El ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, no pudo expresarlo con más claridad. En una entrevista para la radio Futurock, afirmó que Alberto Fernández debió lidiar con tres calamidades: «la pandemia, la guerra… y La Cámpora». La Cámpora es nada más y nada menos que la agrupación política que conduce Máximo Kirchner, hijo de Cristina Fernández y Néstor Kirchner. Cuando el periodista le hizo notar lo que estaba diciendo, el ministro ironizó: «Se me escapó, me salió sin querer».
Con una inflación que ya supera el 100% anual y una pobreza que llegó a 39%, sumadas a la escasez de reservas y la volatilidad del dólar blue , para cualquier partido sería difícil ganar una elección, pero lo es más cuando no existe conducción ni narrativa unificadas.
La situación es curiosa: pese a tener a la vicepresidenta y a varios ministros claves en el gabinete, incluido el de Interior, Eduardo «Wado» de Pedro, y el manejo de alrededor de 60% del presupuesto nacional según algunos cálculos, el kirchnerismo se ubica en gran medida en la oposición. Según dicen, Cristina considera que la gestión de Fernández es un partido que nunca se jugó. Y la esquizofrenia que esto genera conspira contra las posibilidades del peronismo en octubre. Alberto llegó a decir públicamente, en una ocasión en la que se había roto el diálogo con De Pedro, que gobierna con los ministros que puede.
Con una inflación que ya supera el 100% anual y una pobreza que llegó a 39%, sumadas a la escasez de reservas y la volatilidad del dólar blue (la cotización no oficial), para cualquier partido sería difícil ganar una elección, pero lo es más cuando no existe conducción ni narrativa unificadas.
El ultrapragmático superministro de Economía Sergio Massa quiere postularse, pero necesita mostrar resultados; el cristinista De Pedro ya se anotó, pero no termina de despegar en las encuestas; Daniel Scioli, actual embajador en Brasil, vicepresidente durante el gobierno de Néstor Kirchner y ex-candidato presidencial en 2015 –cuando perdió por escaso margen–, quiere una segunda oportunidad, y hasta se especula con que podría ser el candidato de Alberto Fernández (aunque es posible que hoy nadie quiera presentarse de ese modo). Por ahora, Scioli tampoco genera demasiado entusiasmo, si bien ha empezado a «caminar el país» y, en medio de la falta de candidatos, podría tener su revancha.
¿Y qué hará en este contexto Cristina Fernández de Kirchner? La vicepresidenta aún tiene un acuerdo político con Massa, pese a que el ahora ministro terminara siendo un férreo opositor a su gobierno y no esconda sus fluidos vínculos con el establishment y la embajada estadounidense. Massa intentó, mientras pudo, ser un puente entre Cristina y Alberto. Pero después de poner como presidente a Alberto Fernández por su perfil moderado, y luego cuestionarlo por «tibio», la vicepresidenta ¿apostaría por alguien ubicado aún más «a la derecha»? ¿Qué efecto podría tener algo así sobre la ya desanimada base kirchnerista, que echa en falta instrucciones y horizontes más precisos de parte de su referente político-ideológica?
Son pocos, en verdad casi nadie, quienes conocen o anticipan las jugadas políticas de Cristina, rodeadas siempre de misterio, secretismo y efectos sorpresa, y a menudo difíciles de entender en todas sus dimensiones. Es tal la incertidumbre que reina en el peronismo, que hasta llegó a tomar cuerpo, en un momento, la versión de que ella tendría un candidato sorpresa, un «tapado».
El presidente de la petrolera Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), Pablo González, tuvo que salir a decir que él no era el candidato sorpresa luego de que su nombre fuera mencionado en varios medios. Cristina podría apoyar a Massa, si es que este finalmente se presenta, y colocar a los suyos en posiciones estratégicas en las listas de candidatos, pero ningún kirchnerista acudiría con entusiasmo a votar a quien consideran poco menos que un «vendepatria».
O incluso, en este clima lleno de especulaciones, algunos no descartan que la vicepresidenta pueda terminar apostando por Kicillof como candidato presidencial: según los encuestadores, es quien más retiene el voto de Cristina Fernández si ella no se presenta. ¿Y podría ella misma ceder ante el clamor, revisar su posición de no presentarse a «nada» y postularse a «algo»? Esto quedó solo en wishful thinking: Cristina terminó de cerrar la posibilidad en una carta el 16 de mayo.
«No se hagan los rulos» (no se anticipen/ilusionen), «yo ya di lo que tenía que dar», dijo en una «clase magistral» la vicepresidenta en el Teatro Argentino de La Plata el pasado 27 de abril, frente a los enardecidos cánticos en favor de «Cristina presidenta». Si bien una candidatura presidencial de la vice sería un terremoto político-electoral y ganaría sin dificultades las primarias peronistas, se arriesgaría a una probable derrota en las generales.
Más segura sería una candidatura al Senado, cargo que ya ocupó en el pasado, para traccionar votos hacia el peronismo desde la provincia de Buenos Aires, pero eso tampoco parece entusiasmarla y sigue atada al discurso de la «proscripción».
Con una Presidencia que aún debe transitar complicados meses electorales, Alberto Fernández no logró capitalizar, en el plano personal, su ansiada reunión con Joe Biden en la Casa Blanca, más allá de conseguir el apoyo del mandatario para renegociar el acuerdo con el FMI.
Si el 3 de febrero de 2022, antes de la invasión de Ucrania, Fernández le había ofrecido a Putin en Moscú que Argentina fuera la «puerta de entrada» de Rusia en América Latina –y agradecido el envío de la vacuna Sputnik contra el covid-19–, esta vez el mandatario argentino mostró una sensibilidad compartida con el presidente estadounidense, por ejemplo respecto al valor de la democracia y los derechos humanos y la condena a la invasión. La reunión estuvo marcada, además, por el enfrentamiento China-Estados Unidos, en un contexto de creciente presencia del país asiático en América Latina.
Lo cierto es que la marca Frente de Todos (FDT), que expresó la reunificación del peronismo, se encuentra devaluada, y que el movimiento no muestra reflejos para revertir su debilidad electoral
¿Será el momento, entonces, de la tercera renovación peronista después de la recuperación democrática en 1983? La primera, así denominada, fue la que lideró Antonio Cafiero en los años 80, tras la traumática derrota de 1983 a manos de Alfonsín, y colocó al peronismo en la senda de la democracia liberal con un perfil democristiano. Aunque Cafiero perdió sorpresivamente la única primaria peronista hasta la fecha a manos de Carlos Menem en 1988, la renovación tuvo efectos perdurables.
La segunda, que no se llamó de ese modo, fue la liderada por Néstor Kirchner –y continuada por Cristina Fernández– e hizo girar el peronismo hacia la centroizquierda, tras su momento «neoliberal» con Menem en los años 90.
Pero a diferencia del pasado, la facción kirchnerista se volvió una corriente permanente en el peronismo (lo que no ocurrió con las tendencias lideradas por Cafiero, Menem o Eduardo Duhalde) y con ciertas particularidades que la alejan del peronismo histórico. El cristinismo se superpuso en gran medida al peronismo, y la persistencia del papel central de la ex-presidenta, con una popularidad muy elevada pero al mismo tiempo generadora de un fuerte rechazo, ha impedido la emergencia de un nuevo liderazgo que adapte el movimiento a los nuevos tiempos (lo que el peronismo suele hacer bien) y encolumne detrás de sí a esa «des-organización organizada». Una derrota «catastrófica» del peronismo, como la de 1983, podría acelerar ese proceso, pero el escenario es aún incierto.
En este marco, cada quien resiste como puede. Algunos gobernadores, desacoplando las elecciones en sus provincias de las nacionales; los alcaldes del Conurbano bonaerense, atando su suerte a la popularidad de Cristina y a la reelección del gobernador Kicillof (un dirigente con estética de clase media porteña, ajeno a la «cultura» peronista y que desconfía de esos alcaldes); otros simplemente esperan… Pero lo cierto es que la marca Frente de Todos (FDT), que expresó la reunificación del peronismo al incluir a sectores como el de Massa, se encuentra devaluada, y que el movimiento caracterizado por su eficacia cuando se trata de luchar por el poder no muestra reflejos para revertir su debilidad electoral.
¿Los recuperará una vez que elija un candidato, previsiblemente tras una competencia en las primarias? No hay que subestimar al peronismo, dice la razón. Es probable que al ser elegido un candidato, este pueda concentrar el voto progresista y «antimacrista», pero falta, sin duda, un entusiasmo suplementario, y resultados de gestión, para sostener la campaña hasta agosto/octubre.
Palomas, halcones y ultrahalcones
Entretanto, la oposición de centroderecha transita sus propias tensiones, sobre todo Propuesta Republicana (PRO), el partido fundado por Mauricio Macri en 2005. El PRO forma parte de Juntos por el Cambio (JxC), una exitosa alianza electoral construida con la centenaria Unión Cívica Radical (UCR) y otras fuerzas más pequeñas, como la Coalición Cívica de Elisa Carrió, y en varios distritos suma en su armado electoral al Partido Socialista.
Las primarias de JxC se dirimirán entre dos candidatos provenientes del PRO: el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, de perfil más centrista, y la ex-ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, de línea dura.
Mientras que Rodríguez Larreta busca presentarse como «antigrieta» (antipolarización), Bullrich ha centrado su discurso en la «mano dura» contra la inseguridad y la protesta social, y en propuestas económicas liberales e incluso ultraliberales.
Si en 2015 Macri (empresario, ex-presidente del club Boca Juniors y ex-jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires) llegó a la Presidencia con un discurso postideológico, asesorado por el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba, hoy el ex-presidente ha girado explícitamente a la derecha y ha dejado plasmadas sus visiones acerca de su pasaje por el gobierno y sobre la actualidad en dos libros: Primer tiempo (2021) y Para qué (2022). El balance es que el «gradualismo» no funcionó y que, de volver al poder, la centroderecha debe dejar atrás el populismo y hacer reformas estructurales que no se animó a hacer, básicamente por temer un estallido social si las hacía.
Las primarias de JxC se dirimirán entre dos candidatos provenientes del PRO: el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, de perfil más centrista, y la ex-ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, de línea dura. Mientras que Rodríguez Larreta busca presentarse como «antigrieta» (antipolarización), Bullrich ha centrado su discurso en la «mano dura» contra la inseguridad y la protesta social, y en propuestas económicas liberales e incluso ultraliberales.
En el plano societal, sus posiciones son más progresistas: apoyó la legalización del aborto y el matrimonio igualitario. Mientras que Patricia genera entusiasmo social, Rodríguez Larreta se aprovecha del abultado presupuesto de la Ciudad de Buenos Aires para alimentar sus esperanzas de llegar a la Casa Rosada.
«Horacio Rodríguez Larreta es un gran gestor, pero Patricia Bullrich tiene liderazgo político», resumió el dirigente del pro Federico Pinedo, que apoya a la ex-ministra. Si nos guiáramos por el efecto que uno y otro genera –selfies en la calle, aplausos en un avión–, la tendencia favorece a la ex-ministra, que además tiene más cercanía con Macri. Pero Larreta tiene más estructura y habilidad para las pequeñas maniobras políticas y es conocido por sus habilidades de cooptación.
Bullrich, por su parte, conecta con un clima latinoamericano y global. Participó de marchas anticuarentena y mantiene vínculos con think thanks de derecha dura, como los ligados al gobernador de Florida, Ron DeSantis.
A diferencia de Jair Bolsonaro, que era un diputado bastante marginal, «La Piba», como se la conoce, tiene una larga carrera política: proveniente del peronismo revolucionario de la década de 1970, fue girando hacia el centro y luego hacia la derecha y ocupó cargos como el Ministerio de Trabajo en la época de Fernando de la Rúa y el de Seguridad con Macri, y actualmente es presidenta del PRO.
En cada cargo dejó alguna marca, positiva o negativa, según la perspectiva con que se la mire. Y esa larga trayectoria le da muñeca política para negociar con diferentes sectores, incluida una parte de la UCR. Dicen que en las encuestas telefónicas, donde solo los politizados no cortan la llamada y responden las preguntas, gana Bullrich; mientras que en las encuestas presenciales, menos «sesgadas», quien encabeza las primarias de JxC es Rodríguez Larreta.
La puja es presentada como un enfrentamiento entre palomas y halcones. En ese marco, Macri está más cerca de la ex-ministra, sobre todo después de que Rodríguez Larreta lo desafiara tratando de dinamitar el plan del ex-presidente para colocar a su primo Jorge Macri como sucesor del propio Larreta en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Estos enfrentamientos internos son percibidos por parte de la ciudadanía como mera política politiquera, en medio de un hartazgo social que está capitalizando el libertario de extrema derecha Javier Milei.
Con posiciones libertarias de extrema derecha, Milei se destacó por su estilo virulento, su estética rockera y sus posiciones anarcocapitalistas, que le atrajeron el apoyo de numerosos jóvenes.
Milei es una rara avis de la política argentina. Este economista y diputado de 52 años comenzó a hacerse conocido después de 2016 en talk shows televisivos como el «economista de peinado raro» que atacaba a John Maynard Keynes –trataba el libro clásico La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero del economista británico como la «basura general», y a su autor, como un teórico al servicio de la «casta política»–.
Con posiciones libertarias de extrema derecha, herederas del estadounidense Murray Rothbard, Milei se destacó por su estilo virulento, su estética rockera y sus posiciones anarcocapitalistas, que le atrajeron el apoyo de numerosos jóvenes. Reivindica a Donald Trump y a Bolsonaro, participa de actos del partido español Vox, puede decir que entre el Estado y la mafia prefiere a la mafia, propone cerrar –«dinamitar»– el Banco Central y dolarizar el país, proclama que evadir impuestos es un derecho humano y puede defender la libre portación de armas o la legalización de mercados de órganos.
Pero ha hecho del rechazo a la «casta política» el eje de su retórica.
En medio de la frustración social por la crisis económica, el creciente rechazo a los políticos y cierta nostalgia por la estabilidad macroeconómica de los años 90, cuando la economía estaba semidolarizada, Milei ocupa hoy el tercer lugar en las encuestas, con más de 20% de la intención de voto y un apoyo socialmente transversal y con mayor peso entre varones de clases medias bajas.
Su crecimiento, incluso en provincias donde su fuerza no tiene militantes, ha desconcertado primero a JxC y ahora al peronismo. Si Milei desprecia a Rodríguez Larreta, a quien no duda en insultar llamándolo «socialista» (incluso «zurdo de mierda»), tiene puentes con Patricia Bullrich y con el propio Macri. Los halcones del PRO buscan a su vez líneas de contacto con el libertario. «Espero contar en mi gobierno con sus diputados», dijo Bullrich en un reciente discurso frente a los productores rurales, en un evento del que también participó Milei.
Si este comenzó como líder de una tribu urbana de jóvenes imberbes atraídos por su discurso «paleolibertario», hoy una parte del mundo empresarial mira con una mezcla de expectativa, curiosidad y también muchas dudas (debido a su débil armado político y sus ideas extravagantes) a este economista que antes de saltar a la política trabajó para el Grupo Eurnekian, gestionado por uno de los grandes empresarios argentinos.
Muchos se preguntan si lo están «inflando» en las encuestas, si hay interesados en hacerlo crecer (¿el peronismo?), y si al final se «pinchará»… Otros se preguntan si puede pasar a la segunda vuelta y qué pasaría en ese caso. Hay otras preguntas también: ¿será este «libertarismo» un fenómeno pasajero o se arraigará en el paisaje político local? ¿Hasta dónde está penetrando en el voto de los «jóvenes Rappi o Glovo», en barrios populares o entre trabajadores precarizados agobiados por la inflación?
Las políticas sociales masivas –diversos tipos de subsidios– han logrado en los últimos años evitar un estallido, pero son cuestionadas por quienes no las cobran, a menudo sectores solo algo menos pobres que quienes las reciben, y los discursos contra los «planeros» (beneficiarios de planes sociales) se han venido extendiendo en este tiempo.
En la provincia de Buenos Aires, donde no hay segunda vuelta, el peronismo se entusiasmó con que los votos del libertario le resten a JxC y ayuden a la reelección de Kicillof como gobernador, pero las encuestas muestran, cada vez más, la complejidad del voto al «economista de peinado raro» (que dice que abre la ventanilla del auto y lo peina «la mano invisible del mercado»).
Milei termina sus discursos con el latiguillo «Viva la libertad, carajo». La «libertad», como una suerte de «significante vacío», es clave en su retórica y tiene declinaciones diversas, desde el «derecho humano» a evadir impuestos –que interpela a las clases medias– hasta la reivindicación de la economía informal, lo que le da votos también en espacios sociales otrora reactivos a votar por liberales demasiado acartonados y elitistas.
El politólogo Pablo Touzón resumió así la lógica subyacente de una parte de ese voto: «Si el Estado no me va a ayudar, entonces que no me rompa las pelotas». El canal popular/populista Crónica TV puso a un movilero para encuestar en la estación de trenes de Constitución, en la ciudad de Buenos Aires, por la que cada día pasan millones de trabajadores –la mayoría ultraprecarizados–. Milei aparecía en boca de los encuestados una y otra vez. «Si querés provocar decís ‘Milei’. Laburás mal, viajás mal y (…) tenés una buena palabra para decir que se vayan todos y seguir de largo. Una que sepamos todos. Aunque incluso no lo votes», resumió la escena el periodista Martín Rodríguez.
La izquierda trotskista, agrupada en el Frente de Izquierda y de Trabajadores-Unidad (FIT-U) ha captado esta nueva realidad, sobre todo la influencia «libertaria» entre los jóvenes, y ha salido a confrontarlos abiertamente.
Milei tenía el desafío de hacer pie en las provincias, donde la política es a menudo más «territorial» que ideológica, y allí no dudó en aliarse con personajes de las derechas locales que han tenido la política como fuente de sustento (es decir, serían «casta»); por ejemplo, en la provincia de Tucumán, Ricardo Bussi, hijo de Antonio Domingo Bussi, condenado por crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, o en La Rioja, Martín Menem, sobrino del ex-presidente.
En esta campaña, Bussi hijo, acorde a los tiempos, se lanzó con una publicidad en la que defiende la libre portación de armas como forma de lucha contra el delito, una propuesta que también difunde Milei. Pero la estrategia en las provincias no funcionó y Milei renunció a las batallas locales.
Agenda «de derecha»
La agenda electoral está marcada, como en otros países de la región, por dos grandes temas: inflación e inseguridad. Ambos –y aún más cuando se presentan juntos– tienden a beneficiar a la (centro)derecha.
Massa quiere ser el próximo presidente. Aunque él lo niega, todos saben que está trabajando para ello.
En el caso argentino, el superministro Massa, un hombre muy vinculado al mundo empresarial y famoso por su ultrapragmatismo ideológico, está tratando de manejar la situación, pero no lo ha logrado hasta el momento. Massa quiere ser el próximo presidente. Aunque él lo niega, todos saben que está trabajando para ello.
«Imprevisible, cambiante y con un itinerario difícil de seguir»: así lo presenta una reciente biografía del periodista Diego Genoud titulada El arribista del poder. Massa comenzó su carrera política en la Unión del Centro Democrático (ucedé), una fuerza liberal-conservadora, saltó luego al menemismo de la mano de ese partido y terminó siendo un funcionario clave del primer kirchnerismo.
Más tarde, rompió con Cristina, aseguró que barrería a los «ñoquis de La Cámpora» y llegó a decir, en una entrevista en 2015, que Cristina debería estar presa si no existiesen los fueros que impiden detener a un parlamentario.
Durante años, tanto desde su cargo de alcalde del municipio de Tigre como desde sus anteriores candidaturas, defendió la «mano dura» contra el delito y hasta tuvo a Rudolph Giuliani como asesor fugaz. Luego pactó con Macri y terminó, en 2019, volviendo al peronismo mediante un acuerdo con… Cristina Fernández y Máximo Kirchner.
Primero, ese pacto lo llevó a presidir la Cámara de Diputados y luego, tras la salida del ministro Martín Guzmán, presionado por el kirchnerismo, a aterrizar en el Ministerio de Economía con el aval de la vicepresidenta. Toda una parábola política y vital. Hoy busca ser el candidato presidencial del peronismo unido, pero su destino está atado al número de la inflación, que se resiste a bajar, y además Massa desconfía de Alberto y de su entorno.
Massa se proponía, en diciembre pasado, el voluntarista objetivo de una inflación de 3% mensual en abril de este año, pero hoy es más del doble de ese porcentaje, y variables como el dólar se encuentran a merced de la especulación, sin que el gobierno tenga espalda financiera para hacerles frente (depende en gran medida del FMI).
Adicionalmente, la sequía que golpea el país –una de las peores de su historia– ha impactado fuertemente en la economía: se calcula un costo de 18.000 millones de dólares en concepto de ingresos por exportaciones, en un país con una aguda crisis de reservas.
El panorama es complicado: la brecha entre el dólar oficial y el blue supera el 100% y, según proyecciones del FMI, la economía solo crecerá 0,2% en 2023.
Massa desactivó la «bomba» de la deuda en pesos –que la oposición venía aventando con fuerza– y busca incentivar las liquidaciones de las agroexportadoras con un «dólar soja» más alto, pero el panorama es complicado: la brecha entre el dólar oficial y el blue supera el 100% y, según proyecciones del FMI, la economía solo crecerá 0,2% en 2023.
La directora gerenta del Fondo, Kristalina Georgieva, puso el acento en el impacto negativo de la sequía en la economía argentina. Destacó «el compromiso del gobierno de continuar afinando las políticas a la luz de las condiciones en las que se encuentran» para cumplir con las metas establecidas en el programa negociado con ese organismo. Puso énfasis en la necesidad de mantener la reducción del déficit fiscal y controlar el gasto público (la meta es un déficit de 1,9% del PIB para fines de 2023). Con el visto bueno del FMI sobre la cuarta revisión del programa a fines de marzo, se concretó un desembolso de 5.400 millones de dólares que abarcaba el último trimestre de 2022, lo que sirvió para sostener las reservas.
Esta política de austeridad en tiempos electorales indigna al kirchnerismo, que cree que es una política suicida. La propia Cristina Fernández criticó esas metas y al organismo internacional en varias ocasiones.
Al mismo tiempo, como en otros países de América Latina, la penetración del narco y el crimen organizado se ha metido de lleno en la agenda electoral. Los disparos de amenaza contra un supermercado propiedad de la familia de la esposa de Lionel Messi pusieron en la agenda nacional un problema que viene de lejos: la expansión de la violencia narco en la ciudad de Rosario, la tercera más poblada de Argentina.
Pero el problema de la inseguridad trasciende este territorio. El reciente asesinato de un chofer de ómnibus en la provincia de Buenos Aires y la agresión posterior al ministro de Seguridad provincial, Sergio Berni, en una protesta de colectiveros (conductores de ómnibus), en medio de una puja entre el gobierno nacional y el provincial, ambos peronistas, terminaron generándole una crisis política al gobernador Kicillof.
Y muchos no dejan de preguntarse por qué mantiene en el cargo a un ministro que propicia la mano dura –algo que va en contra del discurso kirchnerista sobre la seguridad–, que no obtiene resultados y que incluso ha llegado a insultar al presidente Fernández. Este es un escenario soñado para Bullrich, que hizo de la seguridad su caballito de batalla. La ex-ministra combina discurso de mano dura y ajuste económico y siente que las estrellas se alinearon en su favor. Si gana las primarias, «La Piba» debería tratar de debilitar sus «negativos», dado que el entusiasmo hacia su figura convive con el rechazo que genera por su radicalidad.
Algunos analistas de opinión pública consideran que en las elecciones generales se tenderá a la moderación. Incluso alguien utilizó para sostener este argumento el caso del popular programa televisivo Gran Hermano, en el que los participantes conflictivos fueron uno a uno echados de la casa por el voto popular de los televidentes y ganó un «conciliador».
En ese caso, si la oposición termina postulando a Bullrich y el peronismo a un centrista como Scioli o Massa, ¿el oficialismo aumentaría sus chances? ¿O, por el contrario, el escenario local y global es diferente del de 2015 o 2019 y hay más gente dispuesta a patear el tablero? Si la oposición postula al «moderado» Rodríguez Larreta, ¿hasta qué punto JxC podría sufrir una sangría de votantes en favor de Milei? Por detrás de la crisis, los sorprendentemente elevados niveles de consumo ¿podrían salvar al peronismo?
Hoy, la coalición de centroderecha fundada por Macri podría volver a la Casa Rosada como voto castigo frente a un peronismo que parece a la deriva y un presidente sin autoridad.
Todo ello forma parte de las discusiones de estos días en el círculo rojo de la política criolla.
Si bien tienen particularidades propias, las elecciones argentinas no dejan de reflejar elementos de un clima más amplio en América Latina. La debilidad de las coaliciones de gobierno, inmersas en tensiones internas, es uno de ellos. Pero también la volatilidad del voto y la tendencia de los electorados a castigar a los oficialismos (al menos en el nivel nacional). Si en 2015 los argentinos votaron a Macri para dejar atrás el kirchnerismo y construir un «país normal», cuatro años más tarde votaron al peronismo para castigar a Macri, cuyas promesas de «dejar atrás el populismo», bajar la inflación y reducir la pobreza chocaron con la dura realidad nacional.
Hoy, la coalición de centroderecha fundada por Macri podría volver a la Casa Rosada como voto castigo frente a un peronismo que parece a la deriva y un presidente sin autoridad (ambas cosas, una novedad en la historia peronista, marcada por decisiones audaces y líderes fuertes). Pero analizar la realidad argentina es como apuntarle a un blanco móvil en medio de una situación que no deja de fluir. Y que seguramente nos depara algunas sorpresas más.