Argentina en la mira: por qué la guerra entre Irán e Israel también nos involucra

Hay 13.763 kilómetros entre Buenos Aires y Teherán. Pero creer que esa distancia nos protege sería una ingenuidad peligrosa.

Aunque Donald Trump anunció con bombos y platillos el cese de hostilidades entre Israel e Irán —un alto el fuego que bautizó “La guerra de los 12 días”—, la paz está lejos de haberse consolidado en Medio Oriente. Lo que hay, en todo caso, es una pausa tensa. Una tregua que puede romperse en cualquier momento.

La lógica del conflicto sigue intacta: Israel considera que su supervivencia exige terminar con el régimen de los ayatollahs; Irán, por su parte, no ha abandonado su deseo explícito de borrar del mapa al Estado judío. Solo que ahora, tras los últimos ataques, hay un actor que quedó golpeado —Irán— y otro que logró su objetivo inmediato: dañar, al menos temporalmente, el corazón del programa nuclear persa, con la ayuda letal de Estados Unidos.

Y ese desequilibrio, lejos de aliviar al mundo, debería preocuparlo.

“Es impensable que Irán no busque vengarse con ataques asimétricos”, advierte Matthew Levitt, experto en contraterrorismo del Instituto Washington para la Política de Medio Oriente. Su diagnóstico es compartido por altos funcionarios de seguridad en Estados Unidos y Europa. Lo que Irán no puede enfrentar militarmente —cuerpo a cuerpo—, lo compensa con inteligencia, paciencia y acciones encubiertas. Esa ha sido la lógica del ayatollah Alí Khamenei durante más de tres décadas: el tiempo no apremia cuando se tiene memoria imperial.

Porque Irán no mide el presente en ciclos electorales o índices de inflación. Su tiempo histórico es otro. Es el del antiguo imperio elamita, de los medos y los persas, de Ciro y Darío. Un pasado milenario que impregna su presente con una lógica de largo plazo, donde doce días de guerra no son más que una coma en una narrativa que lleva tres mil años.

Lo demostró en el pasado. Cuando Estados Unidos mató al general Qasem Soleimani, jefe de la Fuerza Quds, la represalia iraní pareció tibia. Pero los servicios de inteligencia occidentales fueron detectando, con el tiempo, elaboradas tramas de venganza, algunas incluso vinculadas con la figura del propio Trump.

Y aquí entra Argentina.

No se trata de un riesgo hipotético. Irán ya atentó en nuestro país: la Embajada de Israel en 1992 y la AMIA en 1994. Ambos ataques dejaron un saldo de muertos y heridos que aún hoy representa una herida abierta. Lo más grave: los autores intelectuales siguen impunes. No sólo no fueron juzgados en suelo argentino, sino que durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se firmó un memorándum que, en los hechos, ofrecía a los acusados ser juzgados… por Irán mismo. Una concesión insólita, que terminó judicializada y cuya legitimidad aún se discute en tribunales.

Sumemos otro factor: la comunidad judía en Argentina es una de las más grandes del mundo. Y el actual presidente, Javier Milei, ha adoptado un alineamiento explícito con el gobierno de Benjamin Netanyahu y con el propio Trump. No es casual que el canciller israelí Gideon Sa’ar haya cerrado una reciente publicación en redes sociales con el eslogan “¡Viva la libertad, carajo!”. Es una señal de cercanía, pero también una muestra de exposición.

¿Está la Argentina preparada para asumir ese lugar en la línea de fuego?

La respuesta inquieta: no. Nuestros servicios de inteligencia, más ocupados en operaciones internas y espionaje doméstico, han demostrado escasa eficacia a la hora de detectar amenazas reales, como posibles células terroristas dormidas. La historia lo ha probado.

El Gobierno argentino enfrenta, así, un doble desafío: evitar minimizar el peligro y no caer en la tentación de la sobreactuación vacía. Ni subestimación ni show. La política exterior y la seguridad no pueden gestionarse como un reality. Menos aún cuando hay antecedentes concretos, enemigos declarados y un contexto internacional que exige sobriedad, previsión y responsabilidad.

Porque aunque la guerra parezca lejana, sus consecuencias ya nos han alcanzado antes. Y podrían volver a hacerlo.

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