Un neutrino es una partícula elemental especial: carece de carga eléctrica, su masa es diminuta y apenas interacciona con la materia ordinaria. Por eso, se les conoce como partículas fantasma. Esta es la explicación simple y llana que realiza el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de lo que hoy en día es la antimateria. Para el común de los mortales, esto les sonará vago y difícil de entender. Hace unos años, saltó a la prensa una noticia sobre el CERN, la organización europea para la investigación nuclear, casi en tono de amenaza. Este estaba trabajando en un acelerador de partículas que podía llevarse todo por delante por sus pretensiones demiúrgicas de querer recrear algo tan misterioso (y no demostrado fehacientemente) como el Bing Bang.
Vivíamos con estupor estas noticias. ¿Los científicos se habían vuelto locos? ¿Es que acaso vamos a morir todos en una gran explosión por culpa de sus locos experimentos? Había una probabilidad muy reducida de que todo estallara por los aires y volver a la edad de piedra o que se desintegrase el planeta en una milésima de segundo. En cambio, en plena era de los totalitarismos europeos, la investigación en la rama de la física cuántica estaba centrada en explotar (y nunca mejor dicho) su potencial nuclear, debido a esa necesidad de los poderes políticos de dar con el arma definitiva. El célebre Proyecto Manhattan reunió a los mejores físicos y matemáticos del momento con el objetivo de dar con la fórrmula mágica que redujera a cenizas países enteros tras pulsar un solo botón. ¿Para qué enviar soldados y armamento si tenemos protones y neutrones?
“El mundo en 1938 para un físico teórico con inquietudes filosóficas y lector de Schopenhauer no debía presentar grandes auspicios vitalistas”
Pues bien, regresando a la definición de neutrino, nos encontramos con una distinción de lo más curiosa: son “de tipo fermiónico”. A cualquiera con un poco de historia de la física cuántica le habrá venido el nombre de Enrico Fermi a la cabeza, el físico italiano que precisamente participó en el Proyecto Manhattan junto a otros de gran renombre como Werner Heisenberg. Pero, en realidad, este término que distingue tipos de partículas subatómicas fue acuñado por otro físico colega de estos dos y también italiano: Ettore Majorana, quien desapareció inexplicablemente un día de 1938 y sobre el que se han escrito ríos de tinta histórica, ccientífica, literaria y hasta musical especulando sobre los motivos y el paradero que escogió para no volver jamás.
“Hay varias clases de científicos. Están los de segundo y tercer orden, que hacen correctamente su trabajo. Están los de primer orden, que hacen descubrimientos que abonan el progreso de la ciencia. Y luego están los genios como Galileo o Newton. Pues bien, Ettore Majorana era uno de ellos”. Estas son las líneas que escribió el propio Fermi sobre él, y que sirven de lied argumental en cualquier texto sobre su biografía. No es para menos, al final la mente más brillante de la física cuántica, que recibió el Premio Nobel el mismo año que Majorana desapareció, le debió mucho a la hora de plantear sus resultados sobre los átomos y la antimateria.
Misantropía y genialidad
De hecho, la razón por la que conocemos más a Fermi que a Majorana se debe al peculiar carácter y personalidad del segundo, que al parecer era un tanto antisocial, cuando no un misántropo que prefería la soledad al calor de los aplausos y halagos, como le describen varias crónicas sobre su vida. Ello no fue óbice para que no se dejara el alma y la piel colaborarando con sus coetáneos en los campos de la física teórica y experimental, en una época en la que la ciencia estaba bajo la lupa de los dictadores. Dicen que si Majorana hubiera continuado con sus trabajos la física cuántica habría avanzado diez años de golpe. Por ello, su decisión de desaparecer (que luego analizaremos) no se le atribuye a razones emocionales o a un acto desesperado, sino que se sospecha que se debiera a motivos verdaderamente racionales al intuir que todo lo que avanzara en la comprensión de los átomos cayera en malas manos.
“Cuando era pequeño, y sus padres descubrieron su don, se escondía debajo de la mesa para pensar con claridad”
“Se dice que Majorana había intuido la futura realidad de la fisión nuclear y que la sola reflexión de las consecuencias de tal hipótesis elevaron sus inclinaciones misántropicas hasta cotas insoportables”, escribe el periodista catalán y escritor Nicolás Boullosa en un interesante artículo de Fair Companies. “El mundo en 1938 para un lúcido físico teórico con inquietudes filosóficas y lector de Schopenhauer no debía presentar grandes auspicios vitalistas”. Ya desde muy pequeño se mostraba receloso de mostrar sus primeros descubrimientos a los demás, como también le describe el periodista Marías Bauso en Infobae tras leer la novela que el escritor Leonardo Sciascia escribió sobre él, titulada La desaparición de Majorana.
“Cuando era pequeño, y sus padres descubrieron su don, se escondía debajo de la mesa para pensar con claridad”, asevera Bauso. “Desde allí, daba siempre con la respuesta correcta. De grande anotaba sus fórmulas a toda velocidad, con letra ilegible y a lápiz, en cajetillas de cigarrillo. Luego de exponerlas verbalmente ante otros físicos de su equipo, y fumando el último cigarrillo, hacía un bollo con el envoltorio y lo tiraba a la basura. Se negaba sistemáticamente a publicar sus descubrimientos”. A pesar de este crónico recelo a mostrar su talento, Fermi ya había oído hablar de él y le admitió, imaginamos que sin que él se lo pidiera, en el Grupo de Roma, en la Vía Panisperna, la caterva de físicos más prestigiosa de Europa por aquellos años.
“Siempre les recordaré con cariño, al menos hasta las once de esta noche, y es posible que después también”
Más tarde viajaría a Leipzig para trabajar con Werner Heisenberg, quien había llegado a conclusiones parecidas sobre la interacción magnética entre neutrones y protones en el núcleo atómico. “En 1933, el año en que Hitler gana las elecciones en una República de Weimar en continua crisis, Heisenberg y Majorana trabajarán conjuntamente en una teoría más completa sobre el núcleo atómico”, narra Boullosa. “Poco después, en una carta a su padre, Majorana explicará que su trabajo agrada a su nuevo colega, si bien muchos de sus apuntes implican la necesidad de corregir teorías del alemán”.
Cuando regresó a Italia, su maestro, Fermi, estaba orgulloso de él. Sin embargo, en vez de condescender los halagos por sus triunfos al lado de Heisenberg, Majorana se toma un retiro de tres años y se aleja de la física. Al final de ese período, Fermi renuncia a su cargo de director del Grupo de Roma. Entonces, sin demasiada explicación, Majorana se presenta para sustituirle, pero las autoridades de Mussolini ordenan suspender el concurso, concediéndole una cátedra universitaria en Nápoles. Ahí acaba su corta y prolífica historia: a los tres meses, sacó un billete en un barco que viajaba a Palermo y redactó dos cartas de despedida, una a un antiguo compañero suyo y otra a su familia. No se supo nada más de él.
Las cartas de despedida
La misiva dirigida a su familia era más bien breve. En ella les pedía no vestir de negro, “y si es por seguir la costumbre, póngase alguna señal de luto, pero no más de tres días”. Otra frase más: “Luego, si pueden, recuérdenme en el corazón y perdónenme”. Por estas palabras, es lógico pensar que tomó la decisión de sucidarse. La carta a su compañero Carelli era mucho más larga: “He tomado una decisión a estas alturas inaplazable. No es por egoísmo, aunque soy consciente de los trastornos que mi repentina desaparición les causará a ti y a los alumnos (…). Dales por favor recuerdos a quienes he podido conocer y estimar en tu instituto, en especial a Sciuti; siempre les recordaré con cariño, al menos hasta las once de esta noche, y es posible que después también”.