La tragedia del padre de la bomba atómica que Estados Unidos desterró por “espía soviético”

Julius Robert Oppenheimer ya no es un renegado, un apestado en la historia de Estados Unidos. El pasado mes de diciembre, la Administración de Joe Biden reparó la memoria del padre de la bomba atómica, cuyo nombre había quedado mancillado en 1954, en plena caza de brujas, ante el resultado de un pantanoso proceso por el que le retirarían sus credenciales de seguridad y el acceso a los secretos de los archivos del Gobierno. Su único pecado, ahora se sabe con certeza, fue oponerse a contribuir a la escalada nuclear de la Guerra Fría.

Para Kai Bird, autor junto a Martin J. Sherwin de Prometeo americano, monumental biografía publicada en 2005, premiada con el Pulitzer y ahora al fin disponible en español gracias a Debate, la decisión es “extraordinaria”. Han tenido que pasar 68 años para que se haga justicia con el hombre triunfador y trágico que encarna la capacidad de creación y destrucción de la ciencia, el titán que descubrió el fuego atómico y fue castigado cuando trató de señalar sus peligros —de ahí el guiño al mito griego del título—, un personaje contradictorio y fascinante.

En esta rehabilitación pública, ¿habrá tenido algo que ver que una de las películas más esperadas del año lleve precisamente el título Oppenheimer y esté detrás un director tan taquillero como Christopher Nolan? “Hollywood tiene muy poca influencia en Washington”, sonríe Bird al otro lado de la pantalla. “Ha sido resultado de la persistencia, de la paciencia, de un ejercicio de lobby con los senadores después de escribir al presidente Obama y no haber recibido respuesta”, resume.

Oppenheimer y su mujer, Kitty, visitando Tokio en 1960.

Oppenheimer y su mujer, Kitty, visitando Tokio en 1960. Debate

Aunque reconoce un momento clave relacionado con la película, basada en la biografía: “Nolan me invitó a Los Álamos para estar en el set y ver parte de la filmación. Concertamos una cena con el responsable del Laboratorio Nacional de Los Álamos, donde se siguen haciendo bombas atómicas. Dijo que lo único que podía hacer el Gobierno era disculparse, pero no revocar la decisión de 1954. Tuvimos una conversación agradable y lo convencí de que era necesario restaurar la integridad de Oppenheimer. Él escribió su propia carta al secretario de Energía sumándose a nuestra causa. Creo que eso fue un punto de inflexión”.

Oppenheimer fue el primer director de ese laboratorio militar construido en el desierto de Nuevo México donde se desarrolló el Proyecto Manhattan, el plan para fabricar la bomba definitiva, lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 como bestial epílogo de la II Guerra Mundial. Solo tres días después de la victoria de EEUU, se mostraba tajante sobre la necesidad de controlar esas armas nuevas: “Creemos que la seguridad de esta nación, en contraposición a la capacidad de infligir daño a una potencia enemiga, no puede descansar por entero, ni primariamente, en su destreza científica o tecnológica, solo puede basarse en imposibilitar guerras futuras“.

El científico, formado en Alemania en la década de 1920, donde estudió física cuántica, y que ayudaría a consolidar la Universidad de Berkeley (California) como el centro estadounidense más destacado dedicado a esa materia de estudio, alcanzó fama mundial, protagonizando las portadas de revistas como Time o Life. Sin embargo, en su interior explosionó una avalancha de remordimientos y tormentos. Había creado el arma más poderosa de la historia para un Gobierno que ahora le reclamaba cruzar una línea más: la bomba de hidrógeno. “Señor presidente, siento que tengo las manos manchas de sangre”, le dijo en una ocasión a Harry Truman.

Oppenheimer comprobando los efectos de la prueba Trinity.

Oppenheimer comprobando los efectos de la prueba Trinity. Wikimedia Commons

“Era un hombre muy complejo: un físico cuántico enamorado de la poesía francesa y la literatura americana”, arranca Bird. “Anne Wilson, la secretaria de Oppenheimer en Los Álamos, recordaba que Robert estuvo muy callado y pensativo después de la Trinity [la primera prueba de un arma nuclear efectuada por EEUU] porque sabía lo que iba a pasar. Iba diciendo “esa pobre gentecilla, esa pobre gentecilla”, en relación con los japoneses. Pero sabemos que esa misma semana formó a los pilotos del Enola Gay para lanzar la bomba de la forma más devastadora posible“. 

Oppenheimer, continúa el investigador, nunca llegó a renegar públicamente del Proyecto Manhattan asegurando que había sido un error. “Pero sí dijo que se había utilizado la bomba atómica contra un enemigo que ya estaba derrotado y eso le horrorizaba”. ¿Se planteó alguna vez renunciar a su cargo de director del laboratorio? “No, sintió que era su obligación. Él temía que los nazis consiguieran la bomba atómica antes y así ganasen la guerra. Conocía a los científicos alemanes y sabía que eran capaces. Esa era su principal motivación”. Desarrollar la bomba y mostrar al mundo sus devastadoras consecuencias, defendía, era la mejor forma de garantizar la paz.

¿Espía comunista?

Su ambición estuvo también férreamente controlada, como demuestran los autores en un libro que fue el resultado de tres décadas de investigación en los archivos y entrevistando a protagonistas y familiares y que, a través de una sola figura, vertebra y muestra el grado de destrucción alcanzado por el ser humano en el siglo pasado. Casi todos los científicos jóvenes fueron controlados por el Ejército. Al propio Oppenheimer le asignaron ayudantes que en realidad eran “agentes del Cuerpo de Contrainteligencia con formación especial que no solo ejercerán de guardaespaldas, sino también de infiltrados para esta agencia”.

Precisamente sus simpatías con el comunismo durante su juventud —una de sus amantes, Jean Tatlock, se definía como una “antifascista prematura”— servirían para avivar la oposición a su figura durante el proceso de 1954 iniciado por el gobierno estadounidense —Eisenhower ordenó levantar un “muro ciego” para que no accediese a los secretos en materia nuclear— y que tuvo en vanguardia a John Edgar Hoover, director del FBI, y a Lewis Strauss, presidente de la Comisión de Energía Atómica (CEA). Pero todas esas sospechas han quedado definitivamente enterradas a raíz de la desclasificación en los últimos años de más material del extensísimo documento In the matter of J. Robert Oppenheimer.

Portada de ‘Prometeo americano’. Debate

No hay ninguna prueba de que Oppenheimer fuese un espía soviético ni de que compartiese secretos con los rusos”, sentencia Bird. El científico se opuso al desarrollo de la bomba de hidrógeno por cuestiones militares y técnicas. “El juicio fue una farsa, tenían pinchadas las líneas de sus abogados. Fue una humillación pública y se convirtió en la víctima principal de la caza de brujas de McCarthy“.

¿Cuál es el legado más importante de Oppenheimer? “La advertencia de que tenemos que encontrar la manera de contener el poder atómico: estamos hablando de armas que nos pueden destruir, que no se pueden utilizar como defensa”, responde el autor. “Parece que la gente ya haya olvidado esta historia, esta era atómica que empezó en 1945, pero no, todavía puede terminar con un desastre absoluto. A mí me preocupa muchísimo la guerra de Ucrania. Creo que incluso Putin entiende que se trata de armas de terror y no de campo de batalla, es decir, cuyo valor reside en la parte psicológica, pero aun así puede tener la tentativa de utilizar una o dos. ¿Y entonces qué? Es una pesadilla”. La historia como campo de respuestas para los temores del presente.

Fuente: El Cultural, España.

Tags

Compartir post