La sexta Cumbre de las Américas está marcada por quién no estará presente, la agenda poco ambiciosa y las dudas sobre si se logrará algo después de décadas de negligencia de EEUU
ste miércoles, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, viajó a Los Ángeles para albergar la sexta Cumbre de las Américas, una reunión de líderes de (evidentemente) las Américas. El evento, lejos de ser esperado por los participantes, ha recibido una lluvia de críticas sobre quién no estará presente, la agenda poco ambiciosa y las dudas sobre si se logrará algo después de décadas de negligencia de EEUU y desconfianza mutua entre los países del continente.
Aun así, Washington está presionando desde hace mucho tiempo para reactivar la relación con sus vecinos continentales, especialmente a medida que China se ha convertido en un jugador más importante en la región. Pero los demás asistentes se preguntan si el país más poderoso del mundo realmente, como a Biden le encanta decir, “de regreso”.
El problema es encontrar puntos en común. La mayoría de los países de las Américas no quieren lo que ofrece EEUU y EEUU no está dispuesto a darles lo que anhelan. Sin duda, 35 naciones que albergan a más de mil millones de personas, no son un monolito, pero al menos la mayoría se preocupa por dos cosas: el comercio y la migración. “Hay una desconexión bastante seria en términos de prioridades”, afirma Risa Grais-Targow, analista de Eurasia Group.
Biden está ofreciendo incentivos como una mayor inversión del sector privado estadounidense, instituciones más fuertes, empleos de energías renovables y el refuerzo de las cadenas de suministro. También tiene como objetivo apoyar el comercio “sostenible”, aunque solo dentro de los acuerdos comerciales existentes. ¿Qué esperaba América Latina? El levantamiento de las barreras comerciales para que puedan vender más cosas a Estados Unidos.
Una asociación tan vaga hará poco para contrarrestar al elefante en la habitación: China. Durante años, Pekín ha estado repartiendo dinero para ganar influencia y acceso a productos clave, inscribiendo a unas 20 naciones latinoamericanas en su macroproyecto de la nueva ruta de la seda y superando a EEUU como el principal socio comercial de América del Sur. Además, a diferencia de Asia, donde muchos de sus vecinos temen que el surgimiento de China sea un desafío a su soberanía, los países latinoamericanos dan la bienvenida a la inversión china en sus economías y aprecian que Pekín no los sermonee sobre la corrupción y los derechos humanos como suele hacerlo Estados Unidos.
La otra gran prioridad para Biden es la migración, donde algunas de las ausencias sí importan. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, decidió no acudir a la cumbre (enviando a su ministro de Exteriores en su lugar), al igual que los líderes de los países del Triángulo Norte de América Central: Honduras, Guatemala y El Salvador. Si uno quiere evitar que inmigrantes y refugiados continúen llegando en masa a la frontera sur de EEUU, esas son cuatro personas que definitivamente desea en la sala de negociaciones. Mientras tanto, miles de personas, en su mayoría de Venezuela, Cuba y Nicaragua, cuyos líderes autocráticos no fueron invitados a la cumbre de Los Ángeles, ahora marchan a través de México hacia Estados Unidos, una imagen que reproducirán los republicanos una y otra vez en sus campañas electorales antes de las elecciones legislativas de noviembre.
¿La solución de Biden? Según reportes, envíará a unos cuantos miles de solicitantes de asilo a Canadá y España. Pero eso es solo una gota en el océano en comparación con el aumento que se avecina, sin mencionar que no aborda la crisis migratoria más grande de la historia de la región, que “los gringos” continúan pasando por alto. Esos son los inmigrantes de Venezuela, donde las paralizantes sanciones estadounidenses han empeorado la implosión económica del país en los últimos años, obligando a millones a huir a países como Colombia o Perú. Los llamados para que Estados Unidos acepte a más venezolanos o alivie las sanciones han caído en saco roto en Washington. “La emigración venezolana ha sido un gran problema para la región. Obviamente, los países más afectados quieren algún tipo de apoyo”, dice Grais-Targow. “Pero la atención se ha centrado en la migración hacia Estados Unidos”.
Que las posturas de EEUU y las Américas se alejan unas de otras no es nada nuevo. Ha estado sucediendo desde la década de 2000, cuando EEUU centró su atención en la guerra contra el terrorismo, y, más recientemente, en Rusia y especialmente en China. A lo largo de los años, sus vecinos se han sentido cada vez más como un tercer plato para las sucesivas administraciones estadounidenses. Washington tiene mucho que ganar al comprometerse más con América Latina, incluso si es solo para mantener a sus países a distancia de Pekín o frenar el flujo de inmigrantes hacia la frontera sur. Pero se necesitará más que una cumbre para reparar años de dar por sentado al continente.
*Este artículo fue publicado originalmente en inglés en GZERO Media. Si te interesa la política internacional, pero quieres que alguien te la explique, suscríbete a la ‘newsletter’ Signal aquí.