La situación durante el verano en Cuba ya era bastante difícil, con la inflación galopante, protestas intermitentes por los apagones y un prolongado éxodo migratorio. Desde entonces, la situación se ha agravado.
La inflación sigue por encima de los niveles globales. Aunque no tenemos buenos índices directos para medirla, la caída súbita del valor del peso cubano contra el dólar sigue siendo bastante útil. En julio de este año, el peso había caído a 105:1 a pesar de que el canje oficial todavía era de 25:1. Para principios de octubre llegó hasta 197:1, mejoró nuevamente hacia 165:1 para fines del mismo mes y volvió a desmejorar hasta 180:1 para mediados de noviembre. Aunque el valor oficial tuvo esta leve mejoría, varias personas me cuentan que el problema de la inflación en la calle no ha mejorado.
El éxodo cubano ha seguido, ya casi duplicando al éxodo histórico de Mariel: mientras que en aquel 1980 más de 125 mil cubanos dejaron la isla, en la actual oleada, más de 220 mil han tratado de entrar a Estados Unidos desde México, solo durante el último año. Son casi dos de cada cien cubanos, y no da señales de detenerse.
Luego, en agosto, un incendio destruyó buena parte de un depósito petrolero en la provincia de Matanzas, dejando al menos 17 desaparecidos, cien heridos, y la quema de una parte importante de las reservas petroleras del país.
En septiembre hubo algunas buenas noticias. El referéndum sobre el nuevo código de familias, que tuvo lugar a finales de ese mes, legalizó, entre otras cosas, el matrimonio igualitario. Aunque los votos en contra y votos anulados fueron mayores que en referendos anteriores, el Sí ganó 66% de los votos válidos a favor, según cifras oficiales. Esto le regaló una victoria política fácil al Estado, que la necesitaba, además de darle un poco de buena publicidad al país, amparar a parejas del mismo sexo con mayores derechos y ayudar al régimen a establecer un contraste con su larga historia represiva contra cubanos LGBT.
Dos días después del referendo, Ian tocó tierra en la provincia más occidental de Cuba, Pinar del Río.
El huracán fue una catástrofe para el país. Dañó más de 63 mil viviendas, destruyó buena parte de la infraestructura eléctrica de la provincia, dañó la industria pesquera y devastó al sector tabacalero que tantas divisas aporta al país a través de exportaciones. Un número significativo de pequeños tabacaleros parecen haber perdido el 100% de su cosecha. Además, Ian dio el empujón decisivo para el colapso de la infraestructura eléctrica a nivel nacional. Cuba entera quedó en la oscuridad.
Cuando se habla de apagones en la isla se piensa en los que son intencionales, hechos para ahorrar energía, combustible y divisas. En la práctica, hay dos tipos: los intencionales y los causados por la mala condición de la infraestructura eléctrica. Los apagones fueron la chispa para la gran oleada de protestas a nivel nacional el 11 de julio del año pasado, y jugaron de nuevo ese papel durante las protestas de este verano.
Pero esta vez el colapso fue nacional, y duró días en vez de horas. A las frustraciones habituales ahora se añadía una nueva: tantos días sin corriente estaban dejando echar a perder las reservas alimenticias de millones de familias cubanas.
Hubo docenas de protestas en la capital entre el día 29 de septiembre y el 2 de octubre, en una oleada que solo retrocedió lentamente a medida que se reestablecía la corriente. El Estado apagó el internet por dos noches consecutivas durante las protestas más numerosas. Por suerte, la respuesta gubernamental a esta oleada y la del verano fue mucho menos violenta que su “orden de combate” durante las manifestaciones del 11-J. Dicho eso, también se registraron videos de agentes del Estado armados con bates de beisbol y palos. Al igual que en protestas anteriores, se han levantado cargos contra algunos manifestantes, acusándolos de todo, desde vandalismo y agresiones contra fuerzas del orden hasta “ofensas”. Este último debe de ser referencia al delito de desacato, aún vigente en el código penal de Cuba. Al menos 20 activistas fueron arrestados.
Lo que más llamó la atención de esta oleada de protestas fue la capacidad de organización y movilización de los vecinos, el carácter pacífico de las protestas y el hecho de que frecuentemente tomaron control de carreteras y avenidas importantes. Esto fortalece el argumento de que estamos viendo la normalización de la protesta en el escenario político en Cuba. El maleconazo, una gran protesta en 1994, fue importante, pero fue excepcional. El 11-J, en contraste, parece haber cambiado el escenario político a un nivel más profundo.
La situación actual es tan grave que el Estado cubano ha llegado a pedir ayuda, por canales oficiales, a Estados Unidos. El monto que recibieron no es muy grande –unos 2 millones de dólares–, pero la solicitud de ayuda y la disposición de aceptarla, aun cuando sería enviada a través de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo (USAID) y administrada por alguna entidad internacional independiente, en vez de entregas sin contabilidad posterior, son significativas. La USAID fue fundada durante la Guerra fría para canalizar ayuda material en función de los objetivos de la política exterior norteamericana, y por décadas ha sido fuertemente criticada por gobiernos de izquierda, incluyendo, por supuesto, el cubano. Entre otras cosas, la agencia ha sido fuente de recursos para organizaciones de la sociedad civil cubana, que por su parte han criticado y se han opuesto a políticas del Estado cubano. La USAID ya entregó ayuda, en forma de uniformes para bomberos, durante el ya mencionado incendio en agosto, pero la ayuda monetaria parece más relevante.
La administración de Joe Biden ha sido muy lenta para revertir la política inaugurada de Donald Trump, que usó todas las sanciones y presión a su alcance aun cuando estas medidas caían casi exclusivamente sobre los cubanos de a pie. La represión contra los manifestantes del 11-J hizo que cualquier cambio en esa aproximación fuera políticamente radioactivo. Pero las ayudas de la USAID, la reapertura de servicios consulares en La Habana y la liberación de una maestra cubanoamericana acusada de espionaje a finales de agosto pueden ser señales de un cambio de política hacia la isla. No creo que durante el gobierno de Biden veamos un retorno a la línea de normalización de Barack Obama, pero quizá sí un retorno a una línea más pragmática hacia la isla.
Un factor que incide a favor de un cambio de política es la oleada migratoria de cubanos a los Estados Unidos. Cuando no existen buenas relaciones entre los dos países, Cuba suele rehusarse a aceptar de vuelta a los inmigrantes cubanos deportados por Estados Unidos, tal como lo estaba haciendo ahorita. En abril de este año supimos de negociaciones de alto nivel sobre la oleada inmigratoria, por entonces ya histórica. Ahora, como resultado de negociaciones, Cuba ha aceptado recibir algunos vuelos de deportados. Además, de forma más especulativa, me pregunto si el deseo de separar a Cuba de Rusia, a la luz de la invasión de Ucrania y los fuertes lazos entre Moscú y La Habana, estará jugando un papel en esto. Ambos lados tienen buenas razones para entablar conversaciones serias.
Cuba pasa ahora por una de las encrucijadas más difíciles de su historia, y la posición del gobierno se ha deteriorado en comparación con la década de los 90. Ya no está Fidel Castro ni su hermano Raúl está al mando, sino Miguel Díaz-Canel, quien carece de la autoridad de los dos y del carisma del primero. Esto es importante cuando se trata de poner en marcha reformas críticas que van en contra de los intereses de la cúpula político-económico-militar. No ha aparecido un reemplazo para el patronazgo ofrecido por Venezuela, que ayudó al país salir de lo peor de los 90. El pueblo ya es diferente: luego de décadas de deterioro de los sistemas de educación y salud, de escasez constante, la esperanza de mejora ha desaparecido. El internet ha llegado también, tumbando el cuasi monopolio de información estatal, permitiendo que la gente se organice y conteste a las narrativas oficialistas. La crisis de los 90 fue una encrucijada que dio forma a la Cuba que siguió. La nueva crisis también lo está haciendo, pero todavía no está claro qué saldrá de ella.
Fuente: Letras Libres, España.