Empecé conociendo la obra de José Saramago antes que al autor, y en esa obra entré por la puerta principal que se llamó Memorial del convento, una novela que consolidaba definitivamente una manera personal de formular y estructurar literariamente la mirada del escritor sobre la realidad, aunque esa manera peculiar –que, según declararía en más de una ocasión el autor, obliga a leer el texto narrativo como una partitura musical– ya se había podido apreciar en los cuentos de Objecto Quase (Casi un objeto).
En Memorial del convento, como en la mayoría de las novelas de Saramago, encontramos –en yuxtaposición, conjunción y fusión definitiva– una crítica al poder y sus mecanismos de dominación (centrada aquí en la corte de D João V), una historia de amor con un personaje femenino central –aquí, Blimunda–, y una reflexión general ideológica y política, que en este caso utiliza la historia real de los sucesivos intentos de construir un globo aerostático para poder realizar el viejo sueño humano de volar para evidenciar la lucha entre dos maneras de fundamentar el conocimiento, la que lo hace basándose en el poder indiscutible de la auctoritas y la que afirma la superioridad de la razón y la experiencia.
De la mano de Blimunda, regresé a la obra anterior –cuentos, crónicas, poesía, teatro, un libro inclasificable que siempre me interesó (El año de 1993), las novelas Manual de Pintura y Caligrafía y Levantado del suelo, y el Viaje a Portugal, que me devolvió al camino que Saramago iría trazando sobre todo en el territorio de la novela con obras como El año de la muerte de Ricardo Reis, La balsa de piedra, Historia del cerco de Lisboa, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres o La caverna, entre otras.
Levantado del suelo supuso la superación de un largo tiempo de silencio y maduración, y también el comienzo de un camino de producción literaria y de progresivo reconocimiento nacional e internacional que se mantendría hasta su muerte: se trata de una novela-saga sobre el mundo campesino del Alentejo que por su estructura podríamos enlazar a Los Maia de Eça de Queirós.
En el camino apuntado, El Evangelio según Jesucristo sería una estación fundamental para la definitiva consolidación de Saramago como referencia cultural y literaria internacional, con la ayuda de la polémica creada desde las trincheras de la Iglesia Católica que derivaría primero en el veto del gobierno de Cavaco Silva a la concesión del Premio Literario Europeo y después al autoexilio del autor en Lanzarote con Pilar del Río, su mujer, traductora y directora de la Fundación Saramago.
‘Levantado del suelo’ supuso la superación de un largo tiempo de silencio y el comienzo de un camino de reconocimiento mundial
La visión heterodoxa y “humana” del Evangelio, que Saramago afirmaba ser un personal “ajuste de cuentas con Dios”, debe ser ligada a la relectura crítica y “humana” de la Biblia a través de la recreación de algunos de sus pasajes y protagonistas más significativos que encontramos en Caín, donde se redime al fratricida de su crimen derivando la culpa al desprecio que Dios le había hecho y que lo habría llevado a la confrontación fatal con Abel.
Si la publicación de La balsa de piedra fue una obra oportuna y necesaria para Portugal y Europa por el momento histórico en el que apareció el libro, igualmente oportuna resultó la publicación de El año de la muerte de Ricardo Reis, coincidiendo con la definitiva universalización de la obra de Pessoa a partir de las celebraciones, publicaciones y traducciones relacionadas con el centenario de su nacimiento y el cincuentenario de su muerte.
Esta vez, el protagonista sería uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, el que había asumido toda la traducción de la lírica clásica para la Obra definitiva del Supra-Camões, ahora de nuevo en Portugal, tras haberse exiliado por sus ideas monárquicas, y retirado en un hotel lisboeta donde va a coincidir con Lidia, protagonista de alguno de sus poemas mayores (un verdadero tour de force entre autor, heterónimo y personaje), y todo ello con la construcción de un personaje esteticista y recluido en su torre de marfil que tiene como telón de fondo el paisaje trágico y sangriento de la guerra civil española, tema que reaparecería en otras novelas de Saramago.
Dos obras que funcionan parcialmente como vasos comunicantes serían Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez, la primera centrada en la realidad y las consecuencias de una epidemia (física y mental, individual y social) que tuvo una lectura nueva a la luz de la pandemia que aún padecemos; la segunda, ficcionalizando la actitud “lúcida” de unos ciudadanos que deciden masivamente abstenerse de votar como demócratas cada vez más alejados de la deriva de las democracias occidentales.
Un viaje íntimo y personal
Cito los títulos, conocidos por todos, porque nombrándolos les devuelvo realidad y me regresan a las circunstancias gozosas de su lectura. Y destaco el Viaje a Portugal, porque el tema del viaje está tan presente en su obra que una crítica atenta como Elvira Souto lo señala como “tema-símbolo nodular”.
El viaje personal de Saramago arranca, como se sabe, de una infancia rural a la que el autor ha vuelto con frecuencia, recreándola a través de la palabra entreverada de un lirismo nostálgico que no encubre la denuncia y la crítica. Una infancia rural que se completaría y se prolongaría en lo que algunos han llamado “infancia urbana solitaria” en una Lisboa acotada por los límites del jardín de la señora Albertina y el ventanuco de su cuarto abuhardillado. Con una vía de escape hacia horizontes más abiertos, la lectura del libro que la madre guardaba como el tesoro más preciado.
Tenía una curiosidad sin límites, una generosidad sin ostentación y una sonrisa que mantenía a raya el afecto a fuerza de ironía y de humor
Si otros más no existieran, ahí quedan esbozados algunos de los motivos por los que siempre me sentí tan próximo al portugués: unos mismos orígenes en un tiempo y un mundo paralelos y cercanos, un espacio vital sin ventanas o casi, una tendencia a viajar a esa infancia desde las fronteras del sueño, la memoria y la palabra que nos la fueron adornando a lo largo de la vida con los ropajes del paraíso perdido, y la pasión por la lectura.
De ahí mi sorpresa y mi alegría cuando, desde la obra, tuve la enorme fortuna de poder aproximarme al hombre y compartir con él (siempre en la amigable y discreta compañía de Pilar del Río), algunos momentos –en Amherst, en Lisboa, en Toledo, en Menorca, en Mallorca– que me permitieron dibujarlo íntimamente con los rasgos que ahora mismo se me imponen sobre el fondo inmediato de su imponente presencia física: una curiosidad sin límites –iba a decir infantil– traducida en preguntas que generaban más preguntas, una vitalidad y un dinamismo orientados en todas direcciones y movidos por la fuerza de esa misma curiosidad insaciable, una generosidad sin ostentación de la que personalmente puedo dar buena fe, una sonrisa que mantenía a raya el afecto a fuerza de ironía y de humor (lo segundo llegó a negármelo en público, sin convencerme), una preocupación constante y preferente por los problemas sociales, políticos y económicos y por sus efectos sobre los “humillados y ofendidos”, que desembocaba en reflexión personal en voz alta para inmediatamente derivar en diálogo y polémica.
Hablaba antes de los cuentos (“fantásticos” los llamó su autor alguna vez), y vuelvo a ellos para cerrar esta breve evocación doblada de homenaje. Objecto Quase (Casi un objeto) se abre con una cita de La Sagrada Familia de Marx y Engels: “Si el hombre está condicionado por las circunstancias, es necesario condicionar las circunstancias humanamente”. Una cita a la que irónicamente se refería el autor en estos términos: “Contra mí hablo: lo mejor que a veces tienen los libros son los epígrafes que les sirven de credencial y carta de navegación. Casi un objeto, por ejemplo, quedaría perfecto si sólo encerrase la página que lleva la cita de Marx y Engels”.
Una cita que, sin embargo, puede resumir la trayectoria vital y artística de aquel que por error administrativo acabaríamos conociendo como José Saramago y que bien podría figurar también como lema orientador de una renovación moral, ética y política tan necesaria en estos tiempos en que un nuevo fantasma, bien vivo y reconocible y activo y destructor, recorre el mundo: el fantasma de la involución.
Perfecto Cuadrado es catedrático de Filologías Gallega y Portuguesa.
Fuente: El Cultural, España.