“Lo que resistes, persiste.” Esta frase, que a primera vista podría parecer una advertencia motivacional, encierra una verdad profunda respaldada por la neurociencia y la psicología cognitiva. Según la revista Psychology Today, la clave para un aprendizaje duradero no radica en la facilidad, sino en la fricción: el esfuerzo mental, la incomodidad y el desafío son los motores reales de la memoria a largo plazo.
Este enfoque pone en cuestión una idea ampliamente aceptada: que aprender debe ser siempre placentero, fluido y sencillo. Por el contrario, las investigaciones muestran que cuanto más difícil resulta adquirir un conocimiento, más sólida y prolongada es su retención. El psicólogo Robert Björk, una referencia en el campo, acuñó en los años noventa el concepto de “dificultades deseables” para describir este fenómeno: las estrategias que incomodan al estudiante suelen ser las más eficaces.
El análisis parte de un dato fundamental: el cerebro tiende a descartar lo que llega sin esfuerzo. La conocida “curva del olvido” actúa con más fuerza cuando no se ha requerido una implicación cognitiva significativa. Por eso, la información que se adquiere mediante un reto se graba con más fuerza. El viejo adagio “lo que fácil viene, fácil se va” encuentra aquí su justificación científica.
Los estudios de Björk identificaron varias prácticas que, aunque incómodas o poco intuitivas, promueven un aprendizaje profundo: la repetición espaciada, la autoevaluación periódica y la variación de los contextos de estudio. Estas estrategias no buscan resultados inmediatos, sino construir un conocimiento robusto y transferible. A corto plazo pueden parecer ineficientes, pero a largo plazo son mucho más eficaces.
La evidencia no se detiene ahí. Una investigación publicada en 2019 por Deslauriers y colaboradores demostró que los estudiantes expuestos a métodos de aprendizaje activo —más exigentes y menos cómodos— recordaban mejor los contenidos, aunque subjetivamente sentían haber aprendido menos. Es el efecto conocido como “ilusión de aprendizaje”: cuando algo parece fácil, asumimos erróneamente que lo hemos asimilado.
Desde una mirada evolutiva, el cerebro humano se forjó en entornos imprevisibles y hostiles, no en aulas silenciosas. Aprender exigía adaptabilidad, emoción y repetición. Por eso, el conocimiento asociado a esfuerzo, impacto emocional o variabilidad tiene más probabilidades de ser almacenado de forma duradera. En cambio, el aprendizaje pasivo suele desvanecerse rápidamente.
Psychology Today subraya que el cerebro retiene mejor la información que se recupera bajo presión —como en una evaluación— o la que se enlaza a experiencias emocionalmente significativas. Esta explicación también ayuda a entender por qué muchos recuerdos escolares están marcados por el estrés o la ansiedad ante los exámenes.
Para mejorar el aprendizaje, la recomendación es clara: hay que diseñar experiencias que incorporen esfuerzo. Algunas de las estrategias más eficaces incluyen:
- Espaciado: distribuir el estudio en el tiempo fortalece la retención.
- Intercalación: alternar temas obliga al cerebro a identificar patrones y relaciones.
- Autoevaluación: someterse a pruebas frecuentes consolida el conocimiento y revela debilidades.
En síntesis, aprender no debería ser siempre cómodo. El esfuerzo es un filtro que distingue lo efímero de lo duradero. Como concluye Psychology Today, “vale la pena complicarse la vida a propósito, al menos cuando se trata de aprender”. La memoria, como todo lo valioso, se construye con trabajo.