«El experimento Milei-Caputo: traders al mando de la economía argentina»

En la Argentina actual, los malabaristas ya no actúan en los circos: operan en el Ministerio de Economía, el Banco Central (BCRA) y la city porteña. Pero en lugar de pelotas, manipulan tasas de interés, precios del dólar y expectativas. Por primera vez en la historia reciente, la política económica está en manos de traders profesionales formados en Wall Street, expertos en arbitrajes de corto plazo pero ajenos al largo plazo macroeconómico de un país.

El desembarco de este enfoque —el llamado modelo Caputo— ha reemplazado cualquier estrategia de desarrollo por un show financiero de alta precisión. Lecaps, Boncap, pases pasivos y operaciones de repo son ahora las verdaderas piezas del decorado económico, mientras las tasas, los futuros y los instrumentos BOPREAL marcan el ritmo del espectáculo. Hasta el momento, los bancos —locales e internacionales— han sido grandes beneficiarios: sus balances registran ganancias extraordinarias, devengadas en dólares, aunque todavía no percibidas.

Sin embargo, el truco funciona mientras el público (el mercado) no mire detrás del telón: deuda a cortísimo plazo, atraso cambiario, represión de precios y una base monetaria absorbida mediante mecanismos tan frágiles como provisorios. El interrogante crece: ¿qué sucede cuando los malabaristas pierden el ritmo y alguna pelota —el dólar, la inflación, la deuda o la paciencia social— cae al suelo?


Carry trade como política económica

El gobierno Milei-Caputo ha desplegado una política financiera digna de manual especulativo. El Tesoro y el BCRA sostienen el financiamiento estatal con instrumentos de muy corto plazo: Lecaps, Boncap y operaciones de mercado abierto con tasas que superan el 3,3% efectivo mensual, más del doble de la inflación de junio (Ámbito, 2025).

La señal al mercado es clara: contener la expansión monetaria no mediante disciplina fiscal, sino mediante absorción financiera a cualquier costo. La sobredemanda por instrumentos en pesos y el atractivo del mercado de futuros construyen un escenario artificialmente estable. No es confianza estructural, sino una coreografía cuidadosamente ensayada para sostener la ilusión de estabilidad.

Pero como advierte Reschini (2025), el actual carry trade solo es recomendable para perfiles agresivos. El diferencial entre tasas en pesos y expectativa de devaluación se ha reducido, mientras presiones estructurales —menor liquidación del agro, baja oferta de divisas y brecha cambiaria contenida de manera artificial— amenazan con desarmar el equilibrio.


El dilema de la banca: codicia o cordura

Los bancos se encuentran atrapados en una disyuntiva clásica: maximizar retornos inmediatos o preservar capital ante un giro abrupto del régimen económico. Como bien recuerda la historia de los carry trades en economías emergentes, el momento más riesgoso no es el ingreso de capitales, sino la salida.

Reinhart y Rogoff (2009) documentaron que las crisis financieras suelen detonarse por salidas intempestivas, y no por entradas. Argentina en 2001 y 2018, Rusia en 1998 y Turquía en 2018 comparten un mismo patrón: la pérdida repentina de confianza convierte ganancias contables en pérdidas irreversibles. Stiglitz (2002) fue aún más lejos: los mercados no corrigen asimetrías de información por sí solos, y los agentes suelen tomar decisiones basadas en señales falsas de sostenibilidad.

En este contexto, devengar ganancias no es lo mismo que percibirlas. La realización de esos beneficios depende de la estabilidad cambiaria, del rol de los reguladores y de la posibilidad de desarmar posiciones sin alterar el mercado. Una corrida o un ajuste desordenado en el tipo de cambio podría convertir, de un día para el otro, el “éxito financiero” en una trampa mortal.


El riesgo del acto final

La actual arquitectura financiera argentina no descansa sobre un plan de estabilización, sino sobre una táctica de supervivencia de cortísimo plazo. Bancos, fondos y traders —locales y extranjeros— han sido seducidos por tasas efectivas mensuales récord y un tipo de cambio controlado que promete ganancias rápidas. Pero la historia muestra que cuando el diferencial de tasas ya no compensa el riesgo, la puerta de salida se vuelve angosta.

El verdadero desafío para un apostador no es ganar un poco más, sino saber cuándo dejar de jugar. La pregunta que muchos banqueros deberían hacerse esta semana es simple y brutal: ¿vale la pena sacrificar la última porción de ganancia para preservar el capital? O, dicho de otro modo: ¿se animarán a retirarse antes de que el telón caiga y los malabaristas pierdan el ritmo?

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