Osvaldo Gonzalez Iglesias (Editor)
Con Cristina Kirchner fuera del centro de gravedad del sistema, el peronismo busca reorganizar su liderazgo desde la provincia de Buenos Aires, con la mirada puesta en 2027 y la promesa de una estructura sin extorsiones internas.
La provincia de Buenos Aires vuelve a ocupar el centro de la escena política nacional. Pero esta vez no como retaguardia de un liderazgo hegemónico, sino como laboratorio de poder, campo de disputa y termómetro de una nueva etapa. Tras la condena a Cristina Fernández de Kirchner en la causa Vialidad, que la dejó fuera de juego político formal, se ha iniciado una recomposición forzada en el seno del peronismo. Y ese reordenamiento encuentra en el territorio bonaerense su epicentro más sensible.
Las elecciones legislativas provinciales del próximo 7 de septiembre —anticipadas por decisión del gobernador Axel Kicillof— no son una simple contienda intermedia. Para muchos, son el prólogo de una batalla de fondo: quién conducirá al peronismo y con qué narrativa después de la era cristinista. Es un movimiento en busca de identidad, sin jefa, pero con una pesada herencia de dependencia, ambivalencia e imposibilidad de emancipación.
La provincia representa, además, el núcleo simbólico y demográfico del justicialismo. No es solo la más poblada del país: es donde el peronismo siempre tuvo que ganar para seguir existiendo. Sin Buenos Aires, el PJ no es competitivo. Con Buenos Aires, puede ser una usina de poder nacional. Por eso, más allá de la disputa con el oficialismo libertario, las elecciones bonaerenses son la primera escaramuza real entre las distintas tribus peronistas por la conducción futura.
El post-kirchnerismo empieza en La Matanza
Con una Cristina ausente del tablero institucional y acorralada judicialmente, varios sectores del peronismo intentan sacudirse el corsé que durante años impuso su centralidad. Un corsé que combinó lealtades forzadas, candidaturas a dedo y un método de conducción basado en la desconfianza y el castigo. “Con ella era todo o nada”, repiten con alivio —y algo de oportunismo— dirigentes que hasta ayer pedían la lapicera.
Hoy, el peronismo busca nuevos equilibrios. Axel Kicillof, desde la gobernación, intenta erigirse como figura de referencia, aunque enfrenta resistencias internas y la presión de sostener una gestión con recursos cada vez más escasos. Sergio Massa, aún sin dar definiciones electorales, conserva parte de la arquitectura política tejida en 2023. Los intendentes históricos —con Fernando Espinoza, Mario Secco y Julio Zamora entre ellos— se reagrupan con la lógica del “territorio primero”. Y los sectores sindicales miran con atención qué liderazgo podrá garantizarles representación en el nuevo esquema.
En este contexto, las elecciones bonaerenses son mucho más que una disputa con el oficialismo libertario. Son el terreno donde se juega el inicio de la reconstrucción del peronismo sin la extorsión estructural de Cristina Kirchner: sin el dedo que bendecía o condenaba candidaturas, sin la liturgia del verticalismo retórico, sin la omnipresencia de una líder que definía la estrategia en base a sus necesidades judiciales.
La extorsión terminó, pero dejó cicatrices
Durante más de una década, el liderazgo de Cristina se sostuvo en una mezcla de poder real y disciplinamiento emocional. La mayoría de los dirigentes que hoy se ilusionan con “pasar la página” fueron —por acción u omisión— parte del sistema que ella comandó. Muchos lo hicieron por convicción; otros, por miedo o cálculo. Hoy, ese sistema colapsó. Pero las tensiones siguen ahí: la ruptura no garantiza renovación.
La ausencia de Cristina no implica, necesariamente, la aparición de una nueva dirigencia capaz de refundar el peronismo. El riesgo es que, sin su figura aglutinadora —y pese a su carácter excluyente—, el PJ se disuelva en una federación de intereses sin proyecto común. Por eso, la provincia de Buenos Aires se vuelve clave: es donde puede ensayarse una síntesis superadora o, en cambio, profundizarse la fragmentación.
El juego nacional empieza en septiembre
Para Javier Milei y su armado libertario, las elecciones bonaerenses son también una oportunidad. Consciente de que la provincia es un territorio hostil —más por el aparato que por el electorado—, el Presidente busca alinear al PRO detrás de su proyecto, disciplinar candidaturas y medir su poder de fuego en un distrito crucial. El resultado servirá para calibrar el humor social tras un año de ajuste y como antesala de una eventual reelección.
Pero para el peronismo, lo que se define no es solo una elección. Es un rumbo. Si logra recuperar iniciativa política, sacudirse el peso de las derrotas y construir liderazgos menos personalistas y más federales, podrá volver a ser competitivo en 2027. Si, en cambio, se refugia en el internismo y no logra articular una nueva narrativa —ni responder a las urgencias sociales de su base histórica—, su regreso al poder será una ilusión cada vez más lejana.