Nietzsche y Wagner: la amistad que devino ruptura en el corazón trágico del arte europeo

El distanciamiento entre Friedrich Nietzsche y Richard Wagner fue mucho más que una divergencia filosófica: fue el colapso de una alianza intelectual forjada en el anhelo compartido de redimir la cultura occidental, y quebrada por desencuentros personales, tensiones ideológicas y una radical diferencia de destino espiritual.

Lo que comenzó como una admiración mutua se transformó, con los años, en una crítica feroz y pública. Nietzsche, el joven filólogo de 24 años, y Wagner, el compositor consagrado de 55, se unieron inicialmente por la influencia de Arthur Schopenhauer y por una visión común: devolverle a la música y a la tragedia griega un papel central en la regeneración del espíritu europeo. En la casa de Tribschen, donde ambos compartieron siete años de estrecha amistad, nació una intensa colaboración que se cristalizó en El nacimiento de la tragedia y en la tetralogía El anillo del nibelungo. Ambos soñaban con una “obra de arte total” que fundiera poesía, música y escenografía en una experiencia estética totalizadora.

Pero las grietas no tardaron en abrirse. Nietzsche percibió que en torno a Wagner comenzaba a consolidarse una especie de culto, con Cosima Wagner como sacerdotisa de una liturgia donde él mismo era utilizado como apóstol intelectual. La dependencia se tornó intolerable. “Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo”, escribiría Nietzsche, quien necesitaba romper con Wagner para encontrar su propia voz filosófica. Esa ruptura fue también personal: el antisemitismo cada vez más explícito del compositor, la atracción no resuelta de Nietzsche por Cosima y el viraje religioso que culminó en Parsifal, marcaron una distancia definitiva.

La publicación de Humano, demasiado humano fue la ruptura hecha libro: un ajuste de cuentas con su pasado wagneriano y un giro hacia una filosofía más crítica, vitalista y desmitificadora. Wagner respondió con desprecio hacia el “nihilismo repugnante” de su exdiscípulo, mientras Nietzsche ridiculizó lo que llamó la “hegelomanía musical” del compositor, señalando los componentes nacionalistas y reaccionarios de su círculo.

La correspondencia entre ambos —incompleta, ya que Cosima destruyó muchas cartas— ofrece una visión invaluable de esta compleja relación. En misivas como la del 4 de junio de 1870 se aprecia el tono afectivo e intelectual de una amistad que luego devendría una de las enemistades más significativas de la modernidad cultural europea.

El legado de esa relación rota se refleja en la evolución de sus respectivas obras. Nietzsche avanzó hacia una filosofía de la vida, del poder y de la creación libre, que buscaba destruir los valores heredados para abrir paso a nuevas formas de existencia. Wagner, en cambio, consolidó su lugar como símbolo de la música alemana, aunque su legado quedó atravesado por controversias ideológicas de larga sombra.

La reciente publicación de Correspondencia. Richard Wagner y Friedrich Nietzsche (Editorial Fórcola, 2025), con prólogo de Miguel Ángel González Barrio y anotaciones de Luis Enrique de Santiago Guervós, permite explorar en profundidad los matices de esta relación fascinante. A lo largo de sus 392 páginas, se traza el mapa de una amistad que marcó a dos gigantes del pensamiento y del arte, y que refleja, en última instancia, la tragedia de todo intento de fusión entre el genio creador y el espíritu filosófico.

La frase de Nietzsche “sin música, la vida sería un error” sigue resonando como el eco de una unión que aspiró a cambiar el mundo, y terminó revelando, quizá, la imposibilidad de sostener la armonía entre el arte y la verdad cuando ambos persiguen fines opuestos.

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