La gran sustitución: Sam Altman, la inteligencia artificial y el futuro incierto del trabajo

Durante la Revolución Industrial, las máquinas desplazaron a los artesanos y obreros calificados. Hoy, más de dos siglos después, una nueva ola tecnológica amenaza con rehacer el tejido laboral global. Esta vez no son las fábricas de vapor, sino algoritmos capaces de aprender, automatizar y, en muchos casos, superar a los humanos. La inteligencia artificial ya no es una promesa futura: es una fuerza presente.

En un informe especial para Bloomberg Originals, la periodista Emily Chang visitó la megaestructura tecnológica Stargate, la nueva fábrica de IA que OpenAI construye en Texas. Allí, el CEO de la empresa y creador de ChatGPT, Sam Altman, habló sin rodeos. “La inteligencia artificial va a cambiar muchos trabajos —afirmó—. Va a eliminar algunos totalmente”. Su visión no es apocalíptica, pero sí radical: estamos ante una transformación estructural, acelerada y difícil de contener.

El trabajo bajo amenaza

Altman no oculta los riesgos. Señala que las tareas más rutinarias, repetitivas o estructuradas —desde la atención al cliente hasta funciones administrativas básicas— serán las primeras en desaparecer. No es una conjetura futurista: es un fenómeno en marcha. Pero, como en todas las revoluciones tecnológicas, también surgirán nuevos roles: diseñadores de interacción humano-máquina, supervisores de modelos, ingenieros de entrenamiento, desarrolladores de ética algorítmica.

“Esto es lo que siempre ha pasado con la tecnología”, aseguró Altman. La diferencia esta vez no es el cambio, sino la velocidad del cambio.

Mientras que las sociedades históricamente han tardado décadas en adaptarse a nuevas tecnologías, la IA avanza a ritmo de software: rápido, global, sin fronteras y con bajo costo marginal. Este desfase puede dejar fuera del sistema a millones de personas sin tiempo para reconvertirse. Por eso, advierte Altman, se necesita más que innovación: se requieren políticas activas de formación, protección social y readaptación laboral.

El miedo que comparten todos

El impacto de la IA no se limita a los puestos de trabajo. También toca fibras más profundas: la ansiedad social, la pérdida de control, la opacidad tecnológica. Altman lo reconoce con crudeza: “La gente tiene miedo”. Y no solo los trabajadores. Incluso los mejores ingenieros, dice, están preocupados. La IA opera con una lógica que pocos comprenden, entrenada sobre datos que nadie audita por completo, y con consecuencias que escapan al control inmediato.

“Intentamos ser siempre superhonestos sobre lo que pensamos que será el impacto. Es mejor asumir el miedo que negarlo”, explicó.

Esa honestidad, según Altman, es clave para evitar una fractura entre lo que la tecnología promete y lo que efectivamente entrega. En un entorno de disrupción permanente, construir confianza será tan importante como construir infraestructura.

Cuando los robots caminen entre nosotros

Hasta ahora, la IA ha sido una tecnología invisible. Vive en algoritmos de recomendación, asistentes virtuales, motores de búsqueda o filtros automáticos. Pero eso está por cambiar. Altman asegura que el momento verdaderamente disruptivo llegará cuando los robots humanoides sean visibles: cuando compartamos oficinas, calles o casas con máquinas que caminan, manipulan objetos y actúan como humanos.

“El día que camines por la calle y veas siete robots haciendo cosas a tu alrededor, va a parecer ciencia ficción… pero está cerca”, advirtió.

Empresas como Figure, Tesla o Sanctuary AI ya desarrollan prototipos funcionales capaces de ejecutar tareas complejas. Será un quiebre no solo técnico, sino psicológico y cultural. Ver al reemplazo caminando a tu lado tendrá un impacto más visceral que cualquier curva estadística.

Stargate: la fábrica del futuro

Todo esto sucede mientras OpenAI construye Stargate, en Abilene, Texas, uno de los mayores centros de datos de inteligencia artificial del mundo. Con una inversión que podría alcanzar los 500.000 millones de dólares, el proyecto liderado por Altman, SoftBank y Oracle busca consolidar el dominio global de la IA. Se trata de una infraestructura sin precedentes: consumirá 1,2 gigavatios de energía, el equivalente al gasto eléctrico de 750.000 hogares.

“Lo que estamos viviendo es la mayor construcción de infraestructura en la historia de la humanidad”, dijo un portavoz de OpenAI a Bloomberg.

El edificio utilizará sistemas avanzados de enfriamiento con agua en circuito cerrado y una arquitectura centrada en unidades de procesamiento gráfico (GPU), claves para el entrenamiento de modelos como GPT-4 o GPT-5. Sin embargo, la sostenibilidad del proyecto genera dudas: para abastecer semejante consumo, Crusoe —la empresa constructora— instalará también una planta de gas. El objetivo de una infraestructura totalmente libre de carbono, admiten, “es imposible en el corto plazo”.

La incertidumbre, ese nuevo recurso escaso

En 2024, OpenAI reportó pérdidas por 5.000 millones de dólares. Aun así, sus líderes insisten en avanzar. Masayoshi Son, de SoftBank, declaró a Bloomberg: “Creo que la IA cambiará la vida humana en todos los aspectos. Quiero ser parte de eso”. Y Altman, pese a los riesgos, se mantiene confiado: “Nadie sabe qué hay al otro lado de ese portal”.

El portal es Stargate. Pero también es la puerta al desconocido futuro laboral que se abre con la inteligencia artificial. Un futuro que promete eficiencia, innovación y nuevos horizontes… pero también desigualdad, ansiedad y desafíos éticos sin precedentes. Como toda revolución, no vendrá sin conflicto. Y esta vez, el conflicto no será entre clases sociales, sino entre humanos y sus propias creaciones.

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