China y sus fábricas sin humanos: cómo un ejército de robots con IA está redibujando la guerra comercial

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China y sus fábricas sin humanos: cómo un ejército de robots con IA está redibujando la guerra comercial

Mientras el mundo debate sobre aranceles, subsidios y balanzas comerciales, China ha desplegado su arma más silenciosa pero poderosa: un ejército de robots industriales con inteligencia artificial. En fábricas que operan las 24 horas sin luces ni obreros, el país asiático está reescribiendo las reglas de la producción global.

En todos los rincones del gigante asiático, las líneas de ensamblaje son ocupadas por brazos mecánicos que sueldan, lijan, controlan calidad y hasta diseñan. La automatización no es solo una respuesta a la presión económica: es parte de una estrategia nacional que busca mantener los precios bajos de exportación, reducir la dependencia de mano de obra humana y ganar terreno en una economía mundial cada vez más robotizada.

Según la Federación Internacional de Robótica, China ya supera a Estados Unidos, Alemania y Japón en cantidad de robots industriales por cada 10.000 trabajadores manufactureros. Solo Corea del Sur y Singapur están por delante. Detrás de esta transformación hay directrices oficiales, billonarias inversiones y una premisa: el futuro de la manufactura ya no está en manos humanas.

De la soldadura a la inteligencia de diseño

Lo que comenzó en las grandes fábricas automotrices ahora se replica en talleres pequeños, como el de Elon Li, en Cantón, quien decidió invertir 40.000 dólares en un brazo robótico con cámara que aprende de los operarios para luego imitarlos con precisión quirúrgica. Hace cuatro años, esa tecnología costaba más de 130.000 dólares y solo estaba disponible a través de proveedores extranjeros.

Las grandes firmas, en tanto, apuestan a escala masiva. En la planta de Zeekr, fabricante de autos eléctricos en Ningbo, 820 robots trabajan en sincronía en una línea de producción oscura donde casi no hay empleados humanos. Estos se limitan a tareas muy específicas: lijar imperfecciones, colocar piezas complejas, o vigilar pantallas donde algoritmos detectan defectos en milésimas de segundo.

“Casi todo nuestro trabajo es frente a un monitor”, dice Pinky Wu, una de las empleadas del complejo.

La inteligencia artificial también se ha colado en el diseño. Carrie Li, diseñadora de interiores para Zeekr, asegura que la IA le libera tiempo creativo para pensar “en tendencias de moda que podrían aplicarse dentro del vehículo”.

Una estrategia nacional en marcha

Esta automatización no es espontánea. Forma parte de un plan trazado desde lo más alto del gobierno. En 2015, China lanzó la iniciativa “Hecho en China 2025” para dominar 10 industrias clave, entre ellas la robótica. En 2024, el primer ministro Li Qiang reafirmó ese rumbo al anunciar un fondo nacional de capital de riesgo por 137.000 millones de dólares para robótica, IA y otras tecnologías avanzadas.

Los bancos estatales también hicieron su parte: en los últimos cuatro años destinaron 1,9 billones de dólares a préstamos industriales. Las universidades chinas, por su parte, producen cada año 350.000 ingenieros mecánicos, frente a los apenas 45.000 de EE.UU.

China también compró fabricantes extranjeros de robótica, como la alemana Kuka, y trasladó su producción al país. Hoy, muchas plantas automotrices fuera de China también funcionan con robots fabricados en Shanghái.

Menos obreros, más productividad

Aunque todavía hay humanos en las fábricas, su número disminuye. Y eso genera tensiones. Geng Yuanjie, operario de montacargas en Zeekr, reconoce que le preocupa perder su empleo ante una máquina. “No solo me preocupa a mí. A todo el mundo le preocupa”, dice.

Esa inquietud se potencia por la crisis demográfica: China tiene cada vez menos nacimientos y más jóvenes eligen estudios superiores en vez de empleos fabriles. Para los expertos, este escenario obliga a multiplicar la productividad, cueste lo que cueste.

“China ya no tiene un dividendo demográfico. Tiene un déficit. Y su única salida es la automatización”, afirma Stephen Dyer, de la consultora AlixPartners.

Con fábricas donde los robots corren maratones para promocionar su eficacia, y un Estado que invierte sin pausa, el modelo chino avanza mientras Occidente debate sus propias reglas. La guerra comercial ya no se libra solo en aduanas: también se disputa en fábricas oscuras, silenciosas y casi deshabitadas.


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