A más de una década de su elección, el papado de Francisco puede leerse como el intento más ambicioso de modernizar la Iglesia Católica desde el Concilio Vaticano II. Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa surgido del sur global, llegó al trono de Pedro en marzo de 2013 con una impronta disruptiva, un lenguaje pastoral directo y un compromiso firme con la renovación moral e institucional de una Iglesia golpeada por escándalos y por su creciente lejanía con el mundo moderno.
Lejos de limitarse a gestos simbólicos —como vivir en la residencia de Santa Marta y no en los fastuosos apartamentos papales—, Francisco inició una reforma estructural que abarcó desde la organización financiera del Vaticano hasta el rol de las mujeres en la Iglesia, pasando por un replanteo del enfoque doctrinal hacia temas como la sexualidad, la familia, el medio ambiente y las periferias sociales.
Una Iglesia más pastoral y menos doctrinaria
Uno de los ejes centrales del pontificado de Francisco ha sido el cambio en el enfoque: de una Iglesia preocupada por la norma y la corrección, hacia una Iglesia que pone en el centro la misericordia y la escucha. En su célebre frase “¿Quién soy yo para juzgar?”, pronunciada en 2013 al ser consultado por los homosexuales, se sintetiza su giro pastoral.
Bajo su liderazgo, la Iglesia pasó de condenar a acompañar. En lugar de excluir, Francisco insistió en “abrir las puertas” a los que viven en situaciones irregulares según la moral tradicional, como los divorciados vueltos a casar, los creyentes LGBTIQ+ o quienes conviven sin matrimonio. El Sínodo de la Familia de 2014-2015 marcó un hito: sin modificar la doctrina, abrió espacios para el discernimiento pastoral caso por caso.
En 2016, la exhortación apostólica Amoris Laetitia institucionalizó esta nueva sensibilidad: no se trata de cambiar las normas, sino de priorizar la conciencia individual, la compasión y el acompañamiento. Esta visión pastoral generó resistencias en sectores conservadores, que vieron en Francisco un relativismo peligroso.
Reformas estructurales y transparencia
La modernización no fue solo teológica o espiritual. Francisco avanzó también sobre las estructuras del Vaticano, particularmente en áreas históricamente opacas como las finanzas. En 2014 creó la Secretaría para la Economía, con el objetivo de transparentar y profesionalizar la gestión del dinero. Aunque no todas las reformas prosperaron —y varios de sus funcionarios enfrentaron oposición interna o terminaron renunciando—, logró avances en materia de control contable, simplificación administrativa y cumplimiento normativo.
Uno de los gestos más significativos fue la intervención del Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido como el “Banco Vaticano”, por décadas vinculado a escándalos de lavado de dinero y corrupción. Bajo Francisco, el IOR fue auditado, se cerraron cientos de cuentas irregulares y se adoptaron estándares internacionales de transparencia.
La apertura al mundo: ecología, migrantes y pobreza
Francisco amplió la agenda de la Iglesia para enfrentar los desafíos globales del siglo XXI. En 2015 publicó Laudato Si’, la primera encíclica papal dedicada íntegramente al cuidado del ambiente. En ella denunció el modelo económico extractivista, la cultura del descarte y el deterioro de la casa común, y llamó a una “ecología integral” que no separa el clamor de la tierra del clamor de los pobres.
En un mundo crecientemente desigual y xenófobo, su defensa de los migrantes fue clara y constante. Desde Lampedusa hasta Lesbos, Francisco denunció la “globalización de la indiferencia” y pidió acoger a los refugiados con humanidad y sin temor. También fortaleció el compromiso social de la Iglesia, al condenar tanto el neoliberalismo como el populismo vacío.
Las mujeres, el celibato y las tensiones internas
Uno de los debates más complejos y aún abiertos es el del rol de la mujer en la Iglesia. Francisco ha nombrado a mujeres en cargos inéditos dentro del Vaticano y creó comisiones para estudiar la posibilidad de que accedan al diaconado. Sin embargo, ha ratificado que el sacerdocio sigue reservado a los varones. Este punto sigue siendo una frontera dura, y una de las críticas recurrentes a un pontificado que, aunque progresista en muchos aspectos, mantiene ciertos límites tradicionales.
Respecto del celibato sacerdotal, Francisco ha señalado que no es un dogma inamovible y que podría revisarse, aunque ha optado por la prudencia. En el Sínodo sobre la Amazonia de 2019 se debatió la posibilidad de ordenar a hombres casados en regiones remotas, pero finalmente no se avanzó en esa dirección.
Francisco frente a sus opositores
Las reformas de Francisco no fueron unánimemente bien recibidas. Desde los sectores más conservadores del catolicismo —especialmente en EE. UU. y Europa central— surgieron críticas fuertes, e incluso acusaciones de herejía. Algunos cardenales llegaron a pedir su renuncia o lo desafiaron abiertamente, especialmente tras los cambios impulsados en temas familiares y la supuesta “confusión doctrinal”.
Pese a estas tensiones, Francisco mantuvo su rumbo. No desde el enfrentamiento, sino desde una firmeza silenciosa: dialogó, escuchó, pero avanzó. Su liderazgo carismático y su cercanía con los pueblos del sur global le permitieron sostener una legitimidad fuerte, aunque crecientemente polarizada.
Una Iglesia en transición
El legado de Francisco aún se está escribiendo. Su mayor cambio no fue tanto dogmático como cultural: forzó a la Iglesia a mirar al mundo, a abandonar la comodidad de sus certezas y abrirse a la complejidad de la vida real. Su insistencia en una Iglesia “en salida”, que “huele a oveja” y que no teme embarrarse en las periferias, redefinió el rol del cristianismo en la sociedad contemporánea.
Francisco no reformó todo, pero marcó un rumbo. Su pontificado puso en marcha procesos —espirituales, estructurales y culturales— que seguirán en debate mucho después de su retiro o muerte. Para algunos, será recordado como un renovador audaz; para otros, como un Papa que dejó las reformas a mitad de camino. Pero lo cierto es que, con él, la Iglesia volvió a ser noticia, volvió a interpelar y, sobre todo, volvió a escuchar.
OGI – AI