Las elecciones parlamentarias en Georgia, que dieron como ganador al partido oficialista y pro-ruso Sueño Georgiano, estuvieron teñidas por denuncias de fraude. En un país en el que e85% de los ciudadanos apoyan la adhesión a la Unión Europea, la influencia del Kremlin es motivo de debate y de polarización social. Pero ¿cuánto influye realmente Rusia en el país?
La presidenta georgiana, Salomé Zurabishvili, con poderes simbólicos y enfrentada al actual gobierno de Tiflis, se presenta ante las cámaras el domingo por la noche. Detrás de ella están los principales líderes opositores, incluidos quienes firmaron la Carta de Georgia por la que se comprometían a implementar las reformas que exige la Unión Europea en caso de ganar las elecciones.
Zurabishvili -nacida en Francia, donde fue diplomática- está allí para decir que el gobierno cometió fraude, que sus compatriotas han sido «víctimas de una operación especial rusa». Y también para convocar a las primeras protestas en contra Sueño Georgiano (SG), que gobierna desde 2012 y fue fundado por el oligarca Bidzina Ivanishvili, el hombre más rico del país. Del otro lado de la grieta se habla de elecciones libres y justas, al tiempo que se celebra con la tranquilidad de quien sabía de antemano los resultados. Azerbaiyán, Hungría y hasta algunos representantes del Kremlin ya felicitaron a Ivanishvili por la victoria.
Apenas semanas antes de las elecciones, una resolución del Parlamento Europeo afirmaba que Sueño Georgiano promueve «una agenda cada vez más autoritaria», solicitó a la Unión Europa (UE) que impusiera sanciones «a todos los responsables de socavar la democracia en Georgia» y reafirmó que el proceso de adhesión al bloque está paralizado de facto. Los comicios se presentaban entonces como una disputa entre Rusia y Occidente: el cuestionado triunfo de Ivanishvili implicaría un mayor acercamiento a Moscú en una región que lleva tres siglos conectada de una u otra forma con su vecino del norte. En el contexto de tensión que implica la guerra en Ucrania, la relación entre Rusia y su reclamada esfera de influencia se vuelve cada vez relevante.
¿Pero tiene realmente Vladimir Putin tanto poder en el Cáucaso? Para actores extrarregionales, como China o Estados Unidos, la influencia en la región es una forma de garantizar recursos, particularmente los hidrocarburos, pero para Rusia es, al menos en parte, un fin en sí mismo. Desde el colapso de la Unión Soviética, Moscú ha intentado recuperar la hegemonía en una zona fundamental para sus intereses vitales y clave para el comercio entre Asia y Europa. Este proceso no ha sido sencillo y hoy resulta complejo determinar si su poder disminuye o aumenta. Y, de hecho, hay argumentos para sostener ambas visiones.
Argumento 1. La influencia rusa en el Cáucaso del Sur no es fuerte y está disminuyendo
Poco después del colapso de la URSS, Moscú reclamó a las ex-repúblicas soviéticas como zona privilegiada de sus intereses y promovió proyectos de reintegración, entre ellos la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) y la Unión Económica Euroasiática (UEE). Pero la Federación de Rusia no era la URSS y la falta de capacidad para proyectar poder llevó a que ninguna de estas organizaciones tuviera mayor peso.
Rusia estrenó su flamante independencia intentando estrategias de poder blando: la provisión de energía a bajo costo, préstamos, apoyo político. Pero esto no se tradujo en una influencia efectiva mayor. La Revolución de las Rosas de 2003 en Georgia llevó al poder al proestadounidense Mijeil Saakashvili y, cinco años después, la invasión rusa marcó que aquella estrategia original, cuando Moscú ladraba pero casi no mordía, había terminado.
Los incentivos negativos pasaron a ser la norma, aunque tampoco tuvieron mayor éxito. Incluso en algunos aspectos, las medidas coercitivas terminaron por catalizar procesos de mayor compromiso local con la UE. Tal como sucedió en Ucrania, la creciente presión de Moscú resultó contraproducente. Este fue el caso de Georgia, donde Rusia apoyó separatismos desde inicios de la década de 1990. La sociedad local ya le era hostil incluso antes de la disolución de la URSS, pero ese sentimiento se potenció con la guerra 2008, cuando Georgia se retiró de la CEI. Hoy 80% de los georgianos cree que el rumbo en política exterior debe ser prooccidental y 85% apoya la adhesión a la UE.
Algunos eventos sugieren que el rol de Rusia en el Cáucaso Sur a lo largo de los últimos 35 años ha sido al menos limitado: ya en 1997, Azerbaiyán y Georgia se unieron a Moldavia y Ucrania para formar la Organización para la Democracia y el Desarrollo Económico (GUAM); en la misma década, Rusia medió los altos al fuego en Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno-Karabaj y estableció fuerzas de paz, pero Azerbaiyán no aceptó tropas extranjeras en su territorio; Bakú ayudó a Estados Unidos en su campaña militar en Afganistán después de los ataques del 11 de septiembre de 2001; Georgia y Azerbaiyán promovieron la apertura del oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan y el gasoducto Cáucaso Sur, que permitieron saltear al vecino del norte; incluso la victoria en la guerra de 2008 contra Georgia resultó contraproducente porque la pequeña misión local de la OSCE fue reemplazada por una mucho mayor de la UE.
Con el regreso de Putin a la presidencia en 2012, la posición rusa en la región parecía fuerte por primera vez en 20 años. Saakashvili había perdido las elecciones en Georgia, en parte, como consecuencia de la derrota militar de 2008, y había sido reemplazado por Ivanishvili, ciudadano ruso que parecía dispuesto a normalizar las relaciones con Moscú. La situación en Azerbaiyán era lo suficientemente estable como para no causar mayores preocupaciones. Y pronto Armenia rechazaría un Acuerdo de Asociación con la UE en favor de la Unión Económica Euroasiática promovida por Rusia. Pero ese período de optimismo para el Kremlin fue apenas una excepción.
Durante la primera década del siglo XXI, Rusia cerró tres de las cuatro bases militares que mantenía en Georgia: Vaziani, en las afueras de Tiflis; Batumi, en las costas del Mar Negro; y Ajalkalaki, cerca de la frontera turco-armenia. Solo permaneció en funcionamiento la de Gudauta, en la autoproclamada República de Abjasia, fuera del control del gobierno georgiano. También fue evacuada la estación de radar de Qabala, Azerbaiyán, después de que Bakú impusiera un importante aumento en el alquiler. Y Putin debió conformarse con la que es hoy su única presencia militar relevante en el Cáucaso Sur: la base de Gyumri, segunda mayor ciudad de Armenia, en donde hay apostados 3000 hombres.
Armenia es el mejor ejemplo de la menguante influencia de Rusia porque es el país más dependiente de Moscú en la región, tanto en cuanto a seguridad como a energía. El inicio del proceso de distanciamiento lo marcó la anexión de Crimea en 2014. Preocupaba, por un lado, el castigo a Ucrania por mirar a Occidente, algo que podría poner en riesgo la tradicional complementariedad de la política exterior de Ereván entre Oriente y Occidente. Por el otro, que la invasión a la península sirviera de ejemplo a Azerbaiyán: si Rusia había tomado posesión tan fácilmente, Bakú podría intentar recuperar Nagorno-Karabaj, región legalmente azerbaiyana, pero en manos armenias desde 1994. El presidente Serzh Sargsián optó por respaldar a Rusia, pese a que proveía armas a Azerbaiyán. Dos años después, cuando Azerbaiyán atacó Nagorno Karabaj, Moscú no se interpuso.
Si las «revoluciones de colores» en el espacio post soviético, incluida la de Georgia en 2003, significaron la erosión de la influencia regional rusa, Moscú tuvo razones para preocuparse cuando comenzaron las protestas contra Sargsián en 2018. Pero Nikol Pashinián, nuevo primer ministro, descartó cualquier cambio y llamó a profundizar las relaciones con Rusia. El quiebre definitivo llegó en 2020. La guerra de seis semanas entre Armenia y Azerbaiyán terminó con victoria de Bakú y una mayor presencia turca en el Cáucaso Sur, pero también volvió a demostrar que Rusia no quería (o no podía) proteger a su principal aliado regional, el único de los tres que es miembro de la OTSC.
La política exterior de Pashinián viró rápidamente: intentó abrirse a China, Estados Unidos y la Unión Europea y, en 2023, declaró que Moscú le había fallado y que era «un error estratégico depender únicamente de Rusia para garantizar nuestra seguridad». Poco después, mientras soldados armenios y estadounidenses realizaban ejercicios militares conjuntos, Azerbaiyán atacó Nagorno Karabaj y retomó el control de la zona. Rusia no tardó en retirar su misión de paz en la región y Armenia pasó a depender políticamente más de Francia que de Moscú. Casi exactamente un año más tarde, en septiembre y después de que Armenia expulsara a los soldados rusos apostados en el aeropuerto de su capital desde 1991, el gobierno de Pashinián difundió que había evitado un intento de golpe de Estado promovido por el Kremlin.
Azerbaiyán, a diferencia de los otros dos, no tuvo ningún quiebre y sus relaciones con Moscú son relativamente estables. Bakú sostiene una mayor autonomía gracias a sus reservas de hidrocarburos y al apoyo tradicional de Turquía. También fue clave desde la década de 1990 que Heydar Alíyev, que murió en el poder en 2003, hubiera sido un destacado dirigente soviético, lo que hizo que su actitud hacia Moscú fuera diferente a la de otros líderes. No le temía al Kremlin y eso le dio suficiente margen de maniobra para, por ejemplo, privilegiar la firma de contratos con empresas occidentales para la explotación de gas.
La influencia hegemónica de Rusia también se ve afectada por el crecimiento de otros actores. En 2009, la UE estableció la Asociación Oriental, de la que forman parte los tres países de la región. Además, Georgia cuenta con un acuerdo de libre comercio y lleva diez años participando en un programa de asistencia en colaboración con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), mientras que Azerbaiyán duplicará sus exportaciones de gas a la UE para 2027. China, por otro lado, empieza a pisar cada vez más fuerte con su Iniciativa de la Franja y la Ruta, y se supone que pronto empezará la construcción de un nuevo puertas en las costas georgianas del Mar Negro. Y la Turquía de Recep Tayyip Erdoğan, que asumió un papel militar importante en apoyo a Azerbaiyán durante la guerra de 2020, gana preponderancia como centro de distribución del gas natural de Bakú. Incluso Armenia, que tiene fronteras cerradas con Turquía, presentó el año pasado la iniciativa «Cruce de la Paz», una conexión de transporte entre Azerbaiyán, Turquía, Georgia e Irán a través de su territorio. Si Ereván firmase una paz relativamente duradera, el rol de Rusia quedaría muy debilitado.
Argumento 2. La influencia rusa en el Cáucaso del Sur sí es fuerte y está en aumento
La invasión de Rusia a Ucrania cambió completamente el escenario económico por el redireccionamiento de exportaciones occidentales hacia Rusia para eludir sanciones. El Cáucaso Sur se convirtió en un gran centro de triangulación.
En 2023 Georgia recibió más de 3.000 millones de dólares de Rusia considerando remesas, turismo y exportación de bienes. Esto representa más 10% del PIB georgiano, casi el doble que en 2021. En apenas dos años, ciudadanos rusos han registrado unas 27.000 empresas en Georgia, más del triple que en las últimas tres décadas combinadas. Las exportaciones de bienes georgianos a Rusia se multiplicaron por 14 y las importaciones rusas por cuatro en apenas diez años. En 2022, la inversión directa de rusos en Georgia alcanzó un récord de 108 millones de dólares. Y, al año siguiente, la importación de gas de ese país aumentó casi 17% y hoy representa más de un quinto del consumo nacional. Entre otras empresas de capital ruso en el país se encuentran Telasi, distribuidora eléctrica de Tiflis; el banco VTB Georgia, las mineras RMG Copper y RMG Gold; y la petrolera Lukoil-Georgia.
El gobierno de SG ha mostrado un creciente acercamiento a Moscú, que incluyó no imponer sanciones después de la invasión a Ucrania, negarse a suministrar armas a Kiev, prohibir la entrada al país de figuras de oposición rusas y permitir la reanudación de vuelos directos desde la capital rusa después de cuatro años. En relación a la guerra, miembros del gobierno de Tiflis han sido más críticos con Occidente y Ucrania que con Rusia. A esto se suma la aprobación durante este año de las leyes sobre «agentes extranjeros» y «valores familiares», que limitan la actividad de ONGs y medios, por un lado, y los derechos de población LGBTI+, por el otro. Ambas, casi calcadas de normativas que ya existen en Rusia. Y, según la agencia Bloomberg, Moscú hackeó casi todas las agencias gubernamentales y grandes empresas de Georgia entre 2017 y 2020, incluyendo al Ministerio de Asuntos Exteriores y el de Finanzas, el Banco Nacional y los proveedores de energía y telecomunicaciones. Más allá de lo que haga el gobierno georgiano, esto probaría que al Kremlin no le falta capacidad para inmiscuirse en la política local.
En 2024, Rusia le sigue vendiendo armas a Armenia. Ereván, que tampoco impuso sanciones contra Moscú después de la invasión, triplicó sus exportaciones a Rusia en 2022 y 2023, y las multiplicó por dos y medio en el primer semestre de 2024. Rusia es su principal socio comercial y representa más de 35% de su comercio exterior. Gazprom Armenia, subsidiaria de la empresa rusa, posee toda la infraestructura local de distribución de gas y una unidad de la planta de energía térmica Hrazdan. Rusia también es propietaria de la ferroviaria South Caucasus Railway, del banco VTB Armenia y de empresas mineras, incluida ZCMC, la más grande del país, cuyos impuestos representaron el 16% del presupuesto nacional en 2022.
Las exportaciones de Azerbaiyán a Rusia aumentaron en 2023 23%, mientras que las importaciones lo hicieron un 16% en relación al año anterior. Lukoil firmó un acuerdo con la empresa estatal de petróleo de Azerbaiyán, SOCAR, para proporcionar petróleo crudo y Gazprom suministró gas a Azerbaiyán por al menos un invierno. Y, aunque el presidente Ilham Alíyev lo niegue, Rusia podría estar utilizando gasoductos azerbaiyanos para exportar a Europa su propio gas.
Por fuera de la conexión económica, Moscú aún cuenta con la base de Gyumri, que ha sido modernizada y ampliada, ha militarizado notalmente el Mar Negro desde 2022 y refuerza su presencia militar en las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, en Georgia. La influencia política, comercial y militar rusa sigue siendo muy relevante en las repúblicas autoproclamadas, ambas apoyadas y reconocidas como independientes por el Kremlin y algunos de sus aliados, entre ellos Venezuela y Nicaragua. Hoy los residentes locales pueden obtener fácilmente pasaportes rusos y la mayor parte de la inversión local es rusa. Poco antes de las elecciones en Georgia, Serguéi Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, dijo que su país quiere promover la normalización de relaciones entre Georgia y los separatistas.
Argumento 3. «Es más complejo»
Como suele ocurrir, la realidad no entiende de absolutos y el rol de Rusia en el Cáucaso Sur es cambiante. Las conexiones comerciales crecen, la presencia militar es estable, con cierre de ciertas bases y fortalecimiento de otras, y en cuanto a la dimensional institucional, el declive de la influencia rusa no es nada nuevo. Moscú ha intentado diversos enfoques para restablecer su hegemonía, apelando a comportamientos coercitivos o cooperativos según la fase política de la relación. Los puntos de inflexión más importantes han sido las guerras: Georgia 2008, Ucrania 2014 y 2022, y Nagorno Karabaj 2020. Sin embargo, ninguna estrategia ha sido completamente eficiente para mantener el control y limitar la expansión actores extrarregionales, especialmente ahora que los recursos militares de Rusia están enfocados en Ucrania.
Aunque es temprano para sacar conclusiones, las crecientes inversiones rusas en el Cáucaso podrían llevar a una mayor influencia política. Es claro que Moscú no dejará de lado una región clave tanto para su historia como para su presente comercial. Y, así como resulta difícil a más de 30 años de la disolución de la URSS, desenmarañar las redes de oleoductos agua, transporte y de infraestructura general compartida por la ex repúblicas soviéticas, también implica un desafío desarmar la entrelazada relación política y cultural que abarca a los pueblos locales. Las relaciones de poder y exclusión juegan un rol preponderante en una interdependencia difícil. Y, como demuestran las elecciones en Georgia, evidentemente no bastan más de 30 años para desenmarañar esas redes.
Fuente: Nueva Sociedad