Las recientes destituciones de altos funcionarios en el gobierno de Javier Milei no son hechos aislados sino mensajes dirigidos a su propio equipo y al mundo. El presidente argentino ha dejado claro que nadie es indispensable, incluso aquellos que lo acompañaron desde los primeros días de su campaña. La destitución de Diana Mondino como canciller y de Florencia Misrahi de la ex AFIP suman más nombres a una lista de relevos que incluye a Nicolás Posse, ex jefe de gabinete, y Eduardo Rodríguez Chirillo, ex secretario de Energía, entre otros.
El caso de Mondino ejemplifica esta política de “tolerancia cero” a errores o posturas que se aparten de la línea presidencial, sin importar la cercanía personal. Mondino, quien se sumó al equipo cuando Milei aún era subestimado, fue recompensada con la Cancillería, aunque su gestión no estuvo exenta de desaciertos, tanto en el ámbito diplomático como en lo comunicacional. Desde su omisión en la reunión del G7 en Italia hasta sus polémicas declaraciones sobre China, Mondino acumuló errores que pusieron a prueba la paciencia presidencial.
La gota que derramó el vaso fue el voto de Argentina en la ONU en contra del embargo estadounidense a Cuba, una postura tradicional de Argentina, pero que en la nueva política exterior prometida por Milei generó controversia. Para Milei, la alineación con Estados Unidos e Israel es prioritaria y este incidente no sólo representó una contradicción sino que sirvió como catalizador para el cambio en Cancillería. Ahora, el cargo será ocupado por Gerardo Werthein, embajador en Estados Unidos, quien ha demostrado una sintonía inquebrantable con las ideas de Milei y la “derecha libertaria”.
La salida de Mondino se dio en un contexto en el cual el gobierno emitió un comunicado que subraya su intención de alinear las decisiones diplomáticas con “los valores de libertad, soberanía y derechos individuales de las democracias occidentales”. En esta línea, se anunció una próxima auditoría a los funcionarios de carrera en la Cancillería, lo que ha sido interpretado como un acto de persecución política por parte de la oposición.
Para la escena internacional, este cambio consolida la imagen de un Milei firmemente alineado con la agenda de Estados Unidos e Israel. Al estilo de las “relaciones carnales” de la década de 1990, Milei asegura así su lealtad a Washington, sin importar el resultado de las próximas elecciones estadounidenses, pues busca mantener el respaldo del Fondo Monetario Internacional de cara a las elecciones legislativas de 2025.
A pesar de su discurso inicial de rechazo a China, la realidad financiera parece haber obligado a Milei a flexibilizar su postura, en especial para asegurar el swap de divisas y otros acuerdos estratégicos. Este viraje pone en duda la consistencia de su fidelidad a Estados Unidos, en un momento en que la tensión entre ambas potencias alcanza niveles de “nueva guerra fría”.
Con el reemplazo de Mondino por Werthein, el gobierno de Milei reafirma una política de diplomacia sin concesiones internas ni externas, dejando claro que cualquier error de cálculo puede ser pagado con la salida inminente del gobierno, en una muestra de autoridad que busca consolidar la presencia de Argentina como un aliado prioritario del bloque occidental.