La irrelevancia europea en Oriente Medio

Un año después del ataque de Hamas contra territorio israelí fronterizo con la Franja de Gaza, se ha producido un esperado aluvión de reportajes, análisis y prospectivas sobre ese acontecimiento y sus consecuencias. El espectro de una guerra general en la región es más intenso cada día. Además de Israel y los palestinos, otros países se han visto involucrados de forma directa, con mayor o menor intensidad: Líbano, Irán, Irak, Yemen y Siria. Las grandes potencias no han podido, sabido o querido frenar la escalada, por complicidad con Israel (Estados Unidos), por falta de instrumentos efectivos o por cálculo estratégico (China y Rusia). En el caso de Europa, por una combinación de factores. 

Esta semana, el Alto representante para la política exterior europeo, ya saliente, Josep Borrell, lamentaba ante el Parlamento de los 27 la “ausencia” de Europa ante la nueva catástrofe en Oriente Medio. “Es fundamentalmente por la división”, dijo. Las palabras de Borrell son acertadas, pero obvias. Aunque se encuentre en retirada, se supone que aún tiene responsabilidades que le obligan a ser prudente. 

Los contrastes europeos reflejan las contradicciones de las políticas oficiales, pero también el pluralismo de opiniones ciudadanas. La división, en realidad, es una constante de la política exterior europea. Esto viene determinado menos por las diferentes posiciones políticas de los partidos gobernantes en cada país que por los intereses no siempre convergentes. En el caso de Israel, Palestina y Líbano se ha podido apreciar claramente. 

Las grandes potencias no han podido, sabido o querido frenar la escalada, por complicidad con Israel, por falta de instrumentos efectivos o por cálculo estratégico

Los socialdemócratas alemanes coinciden con sus socios de gobierno, verdes y liberales, sin apenas problemas, pero también con la derecha francesa y los ultraconservadores italianos que mandan en Roma. Incluso fuera de la UE, pero europeos al fin, los laboristas ahora gobernantes en Londres no tienen fricciones con los tories recientemente expulsados del poder. Todos ellos han mantenido una posición marcadamente proisraelí, aunque se hayan mostrado un tanto compungidos por la abrumadora dimensión ante la muerte, la destrucción, el hambre y las enfermedades que asolan Gaza.

Europa arrastra aún la vergüenza del holocausto. En el caso alemán, el apoyo a Israel ha sido acrítico, y costoso (1). En otros países europeos enemigos del III Reich en la segunda guerra mundial, la pasividad cuando no la complicidad ante la persecución, la desposesión y la masacre de los judíos es menos conocida o ha sido menos aireada.

La división de Palestina, la creación del Estado sionista y las sucesivas guerras árabe-israelíes con sus secuelas de “terrorismo” y crisis energéticas han ido moldeando pero no necesariamente unificando la posición europea ante el conflicto.

Sin duda, se han hecho esfuerzos, como por ejemplo la ya muy lejana Declaración de Venecia (1980), que pretendía equilibrar la defensa de los derechos palestinos e israelíes. En esa línea se ha venido trabajando hasta ahora, pero desde una posición subsidiaria de Estados Unidos, como superpotencia decisoria, formalmente mediadora pero en la práctica completamente alineada con las posiciones israelíes. Hasta los noventa, Washington tuvo que pactar su política con Moscú, que se erigió en defensor de la “causa árabe”, más por la lógica de los bloques que por convicción. 

Una posición subsidiaria de Estados Unidos, como superpotencia decisoria, formalmente mediadora pero en la práctica completamente alineada con las posiciones israelíes

Desde la desaparición de la URSS, la pax americana (es decir, el enquistamiento del problema palestino en una región sacudida por guerras sin fin) ha sido una constante. Europa ha puesto mucho dinero y apoyo técnico y civil para endulzar la amargura palestina. Estados Unidos ha dado cobertura política, diplomática y militar a Israel, sin importarle demasiado que éste haya minado sistemáticamente la viabilidad de ese futuro Estado palestino multiplicando sin cesar las colonias. Desde Oslo hasta aquí, la falacia de la convivencia asimétrica ha quedado definitivamente enterrada en Gaza.

En Europa, esa sensación de impotencia que Borrell expuso en la tribuna del PE ha tenido su lado menos malo. Habría sido peor ser cómplice activo de las equívocas negociaciones de alto el fuego en Gaza (2). Privada de influencia relevante, la energía europea se ha consumido en aplacar los contrastes provocados por las distintas sensibilidades.

España ha mantenido una posición destacada en la crítica de la actuación sin medida de Israel y su defensa de los derechos palestinos con el anuncio del reconocimiento de su Estado. Pero se trata de un gesto simbólico, solo acompañado por Irlanda y, fuera de la UE, por Noruega, por falta de consecuencias prácticas. Israel se ha despachado a gusto con falsas acusaciones de antisemitismo y la retahíla de descalificaciones vertidas contra quienes rechazan sus venganzas o se oponen a sus designios de poder absoluto.

El descontento es tan grande que, en un estado tan decisivo como Michigan, la falta de respaldo de esta minoría puede costarle a Kamala Harris las elecciones en noviembre

Francia ha emitido señales contrarias, pero tardías. No es casualidad que el Presidente Macron haya levantado la voz después de los feroces bombardeos israelíes sobre Líbano. Paris todavía opera allí con una lógica neocolonial. Ese país sigue siendo un coto francés para sus socios europeos. Estados Unidos le consulta habitualmente, aunque sirve de muy poco. En esta ocasión, el Presidente francés se ha mostrado irritado por la nula disposición norteamericana para frenar a Israel en su fiebre militarista, al reprochar a su socio americano que siga proporcionándole armas con las que ejecuta la masacre (3). Ningún otro socio europeo, salvo los mencionados, ha hecho coro al Presidente francés. 

En la escala de complicidad occidental sobre el tormento palestino, Estados Unidos ocupa el lugar preeminente, no solo por el citado suministro de armamento, sino también por una práctica negociadora hipócrita. La candidata demócrata, en su línea de calculada ambigüedad, ha tratado de desmarcarse tímidamente del apoyo férreo e incondicional de Biden a Israel. Este lunes, en la CBS, Kamala Harris evitó considerar a Netanyahu como un “aliado cercano” (4). Pero no parece suficiente para despejar dudas y disolver el malestar entre sus propios ciudadanos de origen árabe, con cuyos portavoces se ha reunido varias veces. El descontento es tan grande que, en un estado tan decisivo como Michigan, en el Medio Oeste, la falta de respaldo de esta minoría puede costarle las elecciones en noviembre (5).


Fuente: Nuevatribuna

Juan Antonio Sacaluga

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