Esta era de cambios Argentina necesita sanearse. No es posible avanzar sin antes purificar nuestras instituciones de algo enquistado en ellas, muy profundo en su sistema inmunológico, como el virus de la corrupción, que no permite que el organismo crezca y se desarrolle en plenitud. En un proceso de fortalecimiento de las formas institucionales y de transparencia de los actos de gobierno, al punto de que cometer un acto de corrupción sea imposible. No tanto por la conducta de los funcionarios, tan afines a quedarse con lo ajeno, sino porque, dada la existencia de mecanismos de control, transparencia y divulgación de cada acto, estos serán observados por todos, expuestos y puestos al desnudo sus intenciones, que en este caso sería enriquecerse a costa de la voluntad popular.
Argentina necesita sanear también sus heridas. Ordenar no solo la economía, que está en desbande desde hace años, sino también poner las cosas en orden y aclarar los tan mancillados significados. Los hechos deben volver a adquirir su verdadero sentido. Se ha desconocido la verdad con una soberbia y ceguera propia de monarcas. Han negado la existencia de la pobreza, minimizado la marginalidad, el hambre, la baja calidad educativa y el atropello al imponer opiniones absolutas, adoctrinando a los niños sobre Maldonado, el peronismo y las virtudes de Cristina Kirchner. Los ya no tan jóvenes que hablan de pueblo y se han enriquecido en el manejo de los recursos de la Nacion, mientras este está en los límites de la subsistencia, se definen de izquierda y son el poder, son el establishment, abusadores de los privilegios y beneficiarios de las grandes cajas del estado, viven como la gran burguesía y sacan las uñas cuando alguien pone en juego su poder y sus privilegios.
Es necesario sanear a nuestro país de las falsas antinomias: derecha e izquierda, popular y gorila, pueblo y anti-pueblo. Ellos se perciben como pueblo, y quienes no piensan como su cofradía, son considerados anti-pueblo, gorilas. Por lo tanto, es necesario poner todo en orden, como alguna vez fue.
Durante estos años, han saqueado al país y empobrecido al pueblo, arruinando la nación y alimentando los enfrentamientos, instalando el odio y acomodando sus ideas a sus intereses, desvirtuando el sentido de esas ideas. Los derechos humanos han sido mancillados y reorientados de acuerdo a sus estrategias políticas. Cuando ellos y sus gobernadores han violado sistemáticamente los derechos de sus conciudadanos, las organizaciones están ciegas. Cuando el interés los asiste, salen con uñas y dientes. Cuando un feminicidio es cometido por alguno de sus acólitos seguidores, las vendas ideológicas no les permiten actuar. No todos tenemos los mismos derechos. Ellos deciden quiénes estarán protegidos por su manto piadoso y cómplice. Una mujer puede ser descuartizada en el Chaco, y eso no parece importante. Un militante de la guerrilla colombiana ataca a un policía, quema urnas, viola nuestras formas democráticas de convivencia y se movilizan hasta las centrales obreras. Cuando este individuo fallece por una descompensación, claro, en la ciudad, es Larreta, no Gildo Insfrán ni Jorge Capitanich, etc.
Debemos sanearnos y poner las cosas en su lugar, recuperar los significados y los hechos reales como guía para la acción. Debemos recuperar el concepto de feminicidio y el papel del Estado en garantizar la seguridad de las mujeres agredidas, y el papel asesor de las organizaciones dedicadas a garantizar ese derecho. Debemos arrancar el velo ideológico que oculta la esencia de estos problemas y facilita la muerte de tantas mujeres, como sucedió durante la pandemia debido a un aislamiento desmedido y autoritario, en donde salió lo peor de los hombres encargados de garantizar ese control sobre la población, como los abusos cometidos por gobernadores, intendentes y policías provinciales en un mundo de convivencia feudal, en donde pareció que los derechos de los ciudadanos habían perdido su centralidad (Fiesta de Olivos, vacunatorio VIP, etc.).
Estamos en un momento bisagra en la historia de nuestro país. Al parecer, la ciudadanía, hastiada por tanta desmesura, atropello e impunidad, reclama cambios profundos en lo económico, en el funcionamiento de las instituciones, en la igualdad de derechos, en premiar el esfuerzo y la voluntad de crecer, y en la empatía por el otro (“La patria es el otro”, dicen los de La Cámpora, pero para ellos, el otro son ellos mismos mirándose en un espejo empañado).
Como un guante puesto al revés, entramos en un tiempo irremediable en donde cada uno debe recuperar la capacidad de reinterpretar los hechos de forma distinta a como nos fueron presentados, mancillados por aquellos que gritan más fuerte ante la gran mayoría silenciosa, que no tiene tiempo para gritar, marchar, ni discutir. Solo les queda, gracias a esa masa ideológica deformada, intentar sobrevivir, buscándole la vuelta para desviar los golpes de una clase política que parece perdida, limitada por su incomprensión de una realidad que los apabulla. Un pueblo jugado por un cambio con ese pequeño gesto, tan sencillo pero a la vez tan contundente, de poner un papel doblado en un sobre como una bomba lista para estallar en el rostro de todos ellos.