Mis amigos que nunca han visto “Succession”, la exitosa serie de HBO que pronto llegará a su fin, dicen que no tienen ningún interés en ver a gente rica que se porta mal. Esta serie de humor negro encaja perfectamente con eso: sigue las peripecias de la familia Roy, cuyo patriarca, Logan Roy, es un avatar de Rupert Murdoch, y cuyos hijos, Shiv, Kendall y Roman, compiten sin cesar, y sin fortuna, por heredar su trono.
Los personajes están inmersos en un mundo insular donde los accesorios de la riqueza obscena, como aviones privados, guardarropas de lujo y múltiples casas en lugares costosos, se despliegan de manera casual, como un telón de fondo constante. Las consecuencias más amplias de lo que sucede en este mundo son visibles solo en ocasiones. Por ejemplo, las disputas infantiles entre los vástagos de los Roy pueden haber empujado a un candidato presidencial de extrema derecha a la victoria. En medio de rumores de recesión y tras una pandemia mundial, es comprensible que las preocupaciones de la familia Roy puedan parecer irrelevantes en el mundo real.
Sin embargo, “Succession” no trata solo de ricos y del drama que fabrican. Sus resonancias con la actualidad no son la cuestión principal, aunque ilustran de manera útil lo que está en juego al sacrificar la integridad, las relaciones y el interés público para alcanzar objetivos egoístas.
El tema central de la serie desde el primer episodio es la actitud de los estadounidenses ante las clases sociales: a quién se le permite acumular estatus y poder y a quién no, así como en qué casos son aceptables o no las muestras manifiestas de ambición.
Las ambiciones individuales de los Roy a veces son risibles, pero nunca nos piden que nos preguntemos por qué son ambiciosos. Excusamos el hecho de que sean despiadados y conspiradores porque la gente se hace rica siendo despiadada y conspiradora, sin importar que los niños Roy se hicieron ricos simplemente por haber nacido.
Lo que no es aceptable, dentro de la lógica moral de la serie, es la ambición de esos personajes que no nacieron con dinero y poder, pero quieren obtenerlos. Los diálogos están llenos de golpes, sutiles y no tan sutiles, de unos personajes a otros, lo que indica un alto grado de conciencia sobre los significantes de clase y lo que significan. Por ejemplo, una mujer es objeto de burlas en una fiesta de cumpleaños de Logan Roy por traer un bolso Burberry de gran tamaño, considerado inapropiado para el evento. Los Pierce, inspirados en parte en la familia Bancroft, que vendió The Wall Street Journal a Rupert Murdoch, afirman su condición de clase pretendiendo que cualquier discusión sobre dinero está por debajo de ellos. La matriarca del clan califica de “repugnante” una oferta multimillonaria por el imperio de su familia, argumentando que hablar de dinero no es propio de personas civilizadas, aunque no descarta pensar en una cifra aún mayor. En este contexto, Kendall le dice a Shiv, refiriéndose a un empresario tecnológico arribista que