Vivimos momentos en que la sapienza, el conocimiento profundo, ha sido sustituida por las impresiones, por saberes escuchados en la matraca social del opinionismo. Política y culturalmente es devastador para países como España y diversas naciones de Iberoamérica, donde la lengua castellana resulta asaltada por el idiotismo, esos desdoblamientos pronominales de ellos y ellas e inventos semejantes. Y ojalá nos quedáramos ahí, pues lo peor es la ignorancia cultural.
Por eso, novelas al estilo de Los ríos profundos, pertenecientes a una corriente literaria conocida como el indigenismo, llegan en un momento muy oportuno, porque ella sola ofrece, entre otras cosas, una magistral lección cultural. Esta edición conmemorativa hecha por la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) cumple la importante misión institucional de difundir y afirmar la valía de nuestro legado.
Quienes visiten la espléndida exposición de la Biblioteca Nacional de España dedicada a Antonio de Nebrija podrán ilustrarse sobre su gramática (1492), que sirvió de base a las hechas por los misioneros en América de las lenguas indígenas, de las lenguas oficiales y en los virreinatos, del quechua (quichua) por ejemplo, de Diego González Holguin, publicada en Lima en 1607. Pretendo con este apunte ofrecer unos hechos escuetos que indican la riqueza cultural del Perú, sus perennes lazos con el castellano. Esta mezcla de lo indígena y lo español enriquece las distintas formas de mirar aquella civilización, ahora que los guerrilleros culturales niegan el mestizaje que enriquece en su pluralidad la historia, la vida de los pueblos.
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Los ríos profundos (1958) viene contado mediante dos intérpretes, el protagonista, un niño Ernesto, y un narrador omnisciente que amplía y modula el recuento, poniendo un trasfondo social a lo dicho por el muchacho. Progresa la historia gracias a la mezcla de apreciaciones personales sobre la propia vida del chaval, quien pasa tiempo viajando con su padre abogado, que va de pueblo en pueblo buscando litigios que le permitan ganarse la vida, y luego lo encontramos cuando vive interno en un colegio de Abancay.
Los contextos sociales peruanos vienen acompañados o coloreados por un costumbrismo rico en matices, en situaciones en que la realidad conserva la magia del mundo lleno de energía espiritual, aquella que silenciamos en el tránsito a la modernidad racionalista. Los narradores, pues, hablan desde las hojas de la novela, donde lo indígena y lo castellano vienen enlazados, sus modos y costumbres, y, a la vez, ahondando en formas de relacionarse con la naturaleza, con el mundo. Una poderosa raigambre humana, que parece crecer del entorno descrito, se abre paso en estas páginas.
Con esta edición de ‘Los ríos profundos’, el hueco cultural entre España e Iberoamérica se reduce. En verdad, dejamos de ser extraños
Este libro constituye un estupendo homenaje a José María Arguedas (Andahuaylas, 1911 – Lima, 1969) y su novela. El texto de ficción viene precedido por tres ensayos que lo asedian y contextualizan. El encargado de abrir el volumen es Mario Vargas Llosa, premio Nobel peruano, y lo hace con su conocida claridad ensayística, explicando la riqueza personal e intelectual de su paisano. Comenta rasgos de la biografía que ayudan a comprender el origen de su indigenismo. También habla de su dedicación a traducir textos quechuas al castellano.
Incluye además referencias a la defensa del autor de la Segunda República española, contando como él y varios compañeros de filiación comunista abuchearon a un militar fascista italiano de visita en Perú (1939), por su implicación en el conflicto civil español, lo que le costó ir a la cárcel. Las miserables condiciones del encierro y el contacto con otros prisioneros le enseñaron las carencias y la fuerza de los de abajo.
Un ángel de la guarda, Cecilia Bustamante, lo visitaba asiduamente y le enamoró. Libre ese mismo 1939, contrajo matrimonio con ella. Tras una estancia de profesor en Cuzco, en 1958, publicaría esta novela, cuyo valor resume con palabras inmejorables Vargas Llosa: “El libro seduce por la elegancia del estilo, su delicada sensibilidad y la gama de emociones con que recrea el mundo de los Andes” (p. XXVIII).
El segundo ensayo introductorio viene firmado por el premio Cervantes Sergio Ramírez. Se abre comentando que el mismo año de publicación de Los ríos profundos salía en México La región más transparente, de Carlos Fuentes, que aportaba a la gran novela hispanoamericana que caminaba hacia el boom su cara literaria más universalista.
Escritores como John dos Passos enseñaron a los hispanoamericanos el abandono de las maneras narrativas tradicionales, encontrando otras que mejor reflejaban la miríada de perspectivas con que es posible representar la realidad. También Ramírez habla de Juan Rulfo, el escritor que supo como ningún otro combinar la riqueza de lo nativo con la modernidad formal. Y éste reconoció siempre el padrinazgo de Arguedas. Santiago Muñoz Machado aborda con buen conocimiento del tema el aspecto indigenista de Arguedas.
Me es imposible hacer justicia a las cinco contribuciones que cierran este volumen, la de Marco Martos Carrera, que aborda el interesantísimo tema de la modernidad y el aspecto arcaico de la novela de Arguedas. Ricardo Gonzalez Vigil, autor de la importante edición de Cátedra de 1995, comenta cómo la narrativa adapta a la cultura peruana la novela de aprendizaje del XIX, y cómo se va haciendo el joven Ernesto.
Alonso Cueto traza una atrayente geografía íntima de la obra de Arguedas, de cómo esta disuelve las diferencias y las disyuntivas, por lo que la diferencia entre lo físico y lo espiritual , o pasado y presente, o andino y occidental, dejan de estar vigentes. Françoise Perus hace unos comentarios críticos vitales que relacionan a Arguedas con César Vallejo y Rulfo, quienes compartieron formas de orfandad y desarraigo, y Rodolfo Cerrón-Palomino aborda el corpus léxico nativo, el quechua, el aimara y el puquina, las tres lenguas de los incas.
Cierra el volumen una bibliografía básica sobre Arguedas y un glosario de las voces utilizadas en la novela. Si leemos libros como este, el hueco cultural entre España e Iberoamérica se reducirá, porque nos conoceremos mejor. En verdad, dejaremos de ser extraños.