La evocación nacionalista de Vladimir Putin a la Gran Rusia mezcla un poco de historia soviética, mucho de Romanov y una pizca de remotos reinos medievales en un confuso coctel que tanto sirve para justificar la invasión de Ucrania como para lo contrario. Lo único nítido es que la historia imperial rusa está llena de líderes con ambiciones desmedidas que plantaron cara a sus rivales y expandieron las fronteras rusas hasta los confines de Europa y Asia. Se calcula que el Imperio ruso aumentó durante el largo reinado Romanov, desde el siglo XVII hasta principios del siglo XX, una media de 142 kilómetros cuadrados al día, el equivalente a 52.000 kilómetros cuadrados cada año.
Uno de los reyes de esta dinastía que más contribuyó a la gloria de Rusia fue Pedro El Grande, hacia el que Putin nunca ha disimulado su admiración y con cuyos cuadros suele decorar sus estancias oficiales.
De la mano de este Monarca, Rusia pasó, en cuestión de un siglo, de las luchas intestinas por coser su territorio al esplendor modernizador que le abrió las puertas de un imperio exterior. Lo hizo, eso sí, como dijo Lenin, empleando unos métodos bárbaros y despóticos que aterraron a sus súbditos, convirtieron a los zares en jefes de la Iglesia ortodoxa rusa y modernizaron el Ejército.
Modernización del Ejército
Zar de Rusia entre 1682 y 1725, Pedro fue un genio que sabía lo que quería, expandir las fronteras a territorios de afinidad rusa, y logró hacerse con los recursos y las habilidades en el momento exacto para llevar a cabo sus planes y despejar las amenazas de un imperio siempre acosado por el sur, este y oeste del continente. Hijo del Zar Alexis y de su segunda esposa Natalia, Pedro no estaba el primero en la línea sucesoria, lo que le permitió recibir una educación menos encorsetada, abierta al contacto con lo extranjero (de joven aprendió holandés, alemán y francés) y enfocada al mundo de la mecánica y la construcción naval.
Cuando en 1682, murió su hermanastro Fiódor III, los nobles boyardos y la poderosa jerarquía de la Iglesia ortodoxa escogieron a Pedro, antes que a su débil hermano Iván. No obstante, la Zarina Sofía, también hija del primer matrimonio, logró mediante un golpe de mano proclamarse regente de una monarquía dual formada por Pedro e Iván. Pedro tardaría siete años en liberarse de la molesta tutela de Sofía, a la que recluyó en un monasterio y sustituyó en la regencia por su madre Natalia.
Hubo que esperar hasta 1691, con la muerte de su madre y posteriormente de Iván, para empezar su reinado en solitario y ya sin obstáculos familiares. Pedro se puso como su principal objetivo militar lograr una salida al mar Negro, para lo cual debió enfrentarse primero al Imperio otomano. De sus primeros fracasos en la lucha con ellos, aprendió que los ejércitos de Moscú necesitaban una modernización urgente y hacerse con una marina en condiciones. Con la toma de Azov, a donde acudió el propio zar en persona, se creó la primera base naval de Rusia cerca de la desembocadura del Don y la base para una poderosa armada.
En busca de nuevas tecnologías, el Zar viajó por Europa occidental junto con más de trescientos nobles y artesanos desde Brandeburgo, pasando por Königsberg, Ámsterdam, Londres, Praga hasta Viena, entre otras, donde pudo observar en primera persona las actividades de los carpinteros navales, de los fundidores de cañones y de otras profesiones. Muchos de estos profesionales le acompañaron a Moscú, a donde volvió para aplicar las tecnologías y avances militares que había visto y donde se encontró, en cambio, a la nobleza levantisca levantada en armas al amparo de la hermanastra del zar, Sofía, y en abierta desconfianza hacia ese joven Zar que tanto admiraba las modas extranjeras. En 1700, el Zar firmó la Paz de Constantinopla con los turcos para centrarse en la contienda contra Suecia con el fin de acceder al Báltico
A su regreso, Pedro venció a sus enemigos internos, creó academias de ciencias y militares por su reino, reformó su ejército de arriba a abajo, al tiempo que mejoraba el sistema fiscal para pagar estas nuevas fuerzas. Tras este proceso de occidentalización que transformó a la Rusia Moscovita en una de las principales potencias europeas, demostró el resultado de sus innovaciones contra el enemigo recurrente de Rusia: Suecia. En 1700, el Zar firmó la Paz de Constantinopla con los turcos y se lanzó a una contienda para hacerse con el mar Báltico.
Una extraña personalidad
La guerra contra los leones del norte, encabezados por Carlos XII, sacó a la luz las deficiencias que aún acumulaba Rusia. En 1708, los suecos llegaron a invadir Rusia a través de Ucrania, donde los cosacos estaban revueltos contra el Zar. Con gran astucia, Pedro desgastó a su enemigo y evitó concederle una batalla campal con una estrategia de tierra quemada. Cuando finalmente se produjo la decisiva batalla de Poltava, en Ucrania, 20.000 suecos comandados por su Rey fueron derrotados por más del doble de rusos, también encabezados por su soberano, que contaban además con superioridad artillera. Poltova marcó el declive definitivo de Suecia en su área de influencia y liberó a los rusos para mirar más allá. Más allá de Moscú, con la capital puesta en San Petersburgo. Luego, Pedro absorbió el este de Ucrania en lo que se conoció como la Gran Guerra del Norte.
Si bien los siglos harían por glorificar al que 1721 fue proclamado Padre de la Patria y Emperador de todas las Rusias, el Zar fue denostado en su día por sus enemigos como un personaje degenerado y entregado a las modas extranjeras. No ayudaba a dulcificar su imagen sus ademanes autoritarios y una personalidad muy excesiva. Alcohólico, juerguista y violento con sus ministros, Pedro acostumbraba a reunirse con un «sínodo de borrachos», disfrazándose y divertiéndose bajo la principal norma de «venerar a Baco bebiendo a lo grande y de forma honorable».
En su libro ‘Los Románov. 1613-1918’, Simon Sebag Montefiore explica que la Asamblea de los Locos, Bromistas y Borrachos era « una sociedad de bebedores y comilones que en parte equivalía al gobierno de Rusia en su versión más brutal y estridente», integrada por entre 80 y 300 invitados, entre los cuales había un circo de enanos, gigantes, bufones extranjeros, calmucos siberianos, nubios de piel negra, monstruos de obesidad y chicas casquivanas, que empezaban la juerga a mediodía y continuaban con ella hasta la mañana siguiente.
Los miembros del Sínodo portaban títulos obscenos casi siempre relacionados con los genitales masculinos, de modo que el líder era asistido por los archidiáconos ‘Metelapolla’, ‘Tocatelapolla’ o ‘Atomarporculo’, y por una jerarquía de cortesanos fálicos encargados de portar salchichas con apariencia de pene sobre unos almohadones.
Con casi dos metros de altura, la estatura de Pedro contrastaba vivamente con una cabeza minúscula y unos tics nerviosos y muecas incontrolables. Esto iba acompañado de sonidos y palabras altisonantes, que hoy en día se vincula con un posible síndrome de Tourette, enfermedad neurológica caracterizada por un cuadro nervioso.
Fuente: ABC, España